El jefe se presentó en el recinto donde se encontraban los operarios, de
la mano de su ayudante más fiel. Al verle llegar, todos supieron que se trataba
de algún asunto importante, porque no era habitual verle esa cara, y menos a
esas horas. El ayudante estaba demasiado repeinado, como si aquello fuese una
visita protocolaria.
—Buenos días. ¿Os preguntaréis a qué he venido? —soltó así de golpe, nada más cruzar la
puerta —. Pues bien, el motivo de mi visita a esta hora, tan inusual en mí, no
es para sorprenderos en vuestro quehacer diario, que de eso no tengo queja
alguna, sino para aclarar qué ha pasado en la cámara en las últimas
veinticuatro horas, donde, según mis noticias, ha desaparecido un yogur.
—¿Un yogur? —contestaron varios
operarios a coro.
—Sí, un yogur. No me digáis que no sabéis nada, porque ha sido uno de
vosotros, precisamente, quien me ha contado lo sucedido.
—Ese ha sido el Damián, seguro —dijo
Pedro.
—En eso no vamos a entrar ahora, que es lo de menos. Lo importante, y
todos los sabéis, es que en el recuento de esta mañana faltaba un yogur, y ahí
están las firmas de los que habéis estado trabajando desde ayer a hasta esta
misma hora, que fue cuando se llevó a cabo el último conteo.
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