Dice Horacio
Quiroga en el Decálogo del perfecto cuentista que hay que creer en algún
maestro. Menciona a Poe, Maupassant, Kipling y Chejov. Me descubro ante todos
ellos y añado a él mismo y a mi admirado Ignacio Aldecoa. Dice en ese punto que
hay que creer en ellos como en Dios mismo. Me quedo con los escritores, a los
que no dejo de acudir una y otra vez, como queriendo desentrañar el misterio de
su arte.
En el punto dos
emplea una máxima que suscribo a pies juntillas: “Cree que su arte es una cima
inaccesible. No sueñes en dominarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás si
saberlo tú mismo.” Lo cual quiere decir que lo importante es trabajar, no
decaer y sobre todo disfrutar con lo que se está haciendo, tener los pies en la
tierra y saber el papel que a uno le toca representar dentro del mundillo de la
escritura.
En el punto tres
nos recomienda Quiroga que resistamos a la imitación, pero si el influjo es
demasiado fuerte que nos dejemos llevar. Aquí lo tengo muy claro: ignoro si
tengo estilo o no, a la hora de escribir, eso que lo digan otros, pero lo que
si es cierto es que hago las cosas a mi manera. Sin duda habrá influjos, aunque
vendrán derivados de mi propia formación; para eso lee uno, para eso escudriña
en el hacer de otros escritores, para eso escucha a otros compañeros embarcados
en el mismo puerto, para eso debate y para eso se madura a base de dejarse las
pestañas delante del folio en blanco. O sea, trabajo y más trabajo y en medio
de todo eso, placer en su dedicación.
En el cuarto punto,
el decálogo se vuelve romántico y entre otras cosas nos dice que amemos a
nuestro propio arte como a nuestra propia novia, dándole todo el corazón. Bien
pensado es posible que nuestra pareja pueda invertir los términos, así que
dejémoslo como está. Más me gusta la primera parte de este mismo punto que hace
alusión a la fe en el ardor con el que se desea el triunfo, por encima de la
capacidad para conseguirlo.
Y por último —por
quedarnos en la mitad, justo equilibrio—, en el punto quinto, dice: “No
empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento
bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres
últimas”. Aquí si que me rindo, puesto que mi tendencia es comenzar el cuento
sin saber cómo va a terminar. Me basta una idea, una escena, un fogonazo para
dejar que la pluma fluya y encuentre un final adecuado. Eso si, tanto la
primera como la última palabra pueden sufrir modificaciones infinitas.
Por cierto, cuidado con las uvas, saboréenlas y FELIZ AÑO.