El teléfono sonó a las nueve en punto, en medio de un barullo tremendo de
tostadas con jamón, café con leche y copas de aguardiente.
—¿Oiga, está el Melli?
Buscar a Juan
López, más conocido como el Melli,
a las nueve de la mañana en la barra del bar Antonio, era garantía de dar con
él. A partir de esa hora, ya era materialmente imposible. Se tomaba una
palomita, encendía un cigarro y se ponía manos a la obra, dispuesto a comerse
el mundo si fuese menester. Estaba casado y tenía dos chiquillos de siete y
nueve años, que armaban todo el ruido que podían en casa y un poco más, así que
el Melli se pasaba todo el santo día
de un lado para otro, sin parar más que para los asuntos imprescindibles: la
cervecita del mediodía, el almuerzo en pleno tajo, el café de media tarde y dos
tintos con albóndigas caseras para cerrar la jornada en el bar de la
asociación, por aquello de contribuir a la causa del barrio. A los ayudantes que
tenía a su cargo no les quedaba otra opción que amoldarse a sus costumbres, si
es que querían disponer de unos euros extras libres de impuestos. El Melli era autónomo y cotizaba solo para
no tener problemas el día de mañana. Pero a sus ayudantes los quería de
ocasión. Al fin y al cabo, el grueso de las operaciones las resolvía él, y
meterlo en un lío, no lo habían metido nunca. Con tantos simpapeles y tanto jaleo, bien fuera en el bar Antonio o en la
propia asociación, siempre había alguien dispuesto a echar unas peonadas, y si
no encontraba a nadie, procuraba que tampoco lo encontraran a él. La clientela
sabía lo difícil que es, hoy en día, dar con alguien que te solucione los
problemas caseros, y de las compañías de seguros para qué vamos a hablar. No hacen
más que acogerse a la letra pequeña y al final hay que tirar del amigo del
conocido de la vecina Pepita, que es quien de verdad sabe de qué va esto, o sea
del Melli, o cualquier otro de su
misma condición. Lo que pasa es que cada vez queda menos gente formal. El Melli era de los pocos de garantía. A
las nueve de la mañana estaba como un clavo con su palomita de aguardiente en
el bar Antonio. Y profesional era de los que quedan pocos.
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