lunes, 17 de octubre de 2016

Los que no pasaron el corte (9)


                                                   OPERACIÓN JAZMÍN

Una tarde aborregada del mes de Mayo me encuentro mirando por la ventana de mi habitación las distintas formaciones nubosas, tratando de darle una explicación lógica al tremendo calor de Sevilla, cuando observo un movimiento desacostumbrado en la calle ,de coches de policía que distraen mi mente. Cualquier tarde de este maldito mes que llevamos sufriendo es la mar de distraído, si permaneces un rato mirando por la ventana, pero lo de hoy no es normal, aquí se ve mucho movimiento de gente con uniforme y walkitalkis con ronquera. Comienzo a olvidarme de mis experimentos caseros para solucionar los rigores del mes, y me fijo en el movimiento de gente para ver que se guisa en la calle que tengo tan próxima; me dan ganas de ponerme un pantalón y salir a dar una vuelta, porque la curiosidad me corroe, pero me reprimo porque tengo ciertas dudas sobre si seré bien recibido. ¿Pero qué digo? Pues no que parece que ando por el mundo indocumentado. ¿Qué me iba a pasar a mí? Este es un país libre y como ciudadano puedo pasear por la calle, salir y entrar de mi bloque, encender y apagar la luz de la escalera, bajar la basura o irme a tomar una copa en el bar. ¿Quién me va a impedir a mí eso? Puede tratarse de una operación de esas que llaman de limpieza, que tanto salen en los periódicos y que luego la bautizan como operación tal y operación cual, pero a mí eso que me importa. Mi vecino de al lado, él sabrá los líos en los que ande metido, que yo lo veo entrar y salir con maletas; eso sí de tarde en tarde, puede que sea viajante la criatura ¿porqué no? A mi no me da lata ninguna, y en el poco tiempo que llevo por aquí, lo único que hace de vez en cuando es un ruido en la pared del comedor, como si estuviese atornillando o desatornillando algo, a la altura de la toma de la televisión, que cualquier día me da la impresión que va a aparecer la punta de la herramienta por mi pared. ¿A lo mejor desconfía de los bancos, y resulta que tiene allí guardado sus ahorrillos? Vaya usted a saber, hoy día hay gente tan rara por ahí, aunque yo nunca he llegado a verles la cara, tan sólo puedo hablar de las maletas, que esas si que las he visto, y la verdad no me parecen nada sospechosas. Al margen de esta familia, cuyos movimientos desconozco, no observo en el bloque ningún otro asunto que pudiera ser como para estar preocupados, y como además yo sé que tampoco estoy metido en ningún lío, no tengo porque sentir desasosiego por el montaje de la calle, por muchas luces azules que se reflejen en los escaparates, no me parece más que un circo el espectáculo reinante. Además todo parece indicar que gira en torno al tráfico, porque fijándome bien, a quienes están parando es a los vehículos que circulan por la calzada, lo mismo da que se trate de una moto como de un camión de transporte. ¿Qué buscarán? Cada vez me reprimo menos las ganas de bajar al ruedo para ver el espectáculo de cerca, como me corroe la curiosidad. Mira la policía aquella de la coleta, con el walki en una mano y con la otra diciendo pa cá y pa llá, parece una jefecilla: ya me lo decía mi parienta “el día que subamos las mujeres al poder, os vais a enterar los machos”. Ya nos estamos enterando: yo aquí comiéndome la moral con la incertidumbre de esta operación jazmín, o como quiera que se llame, y ella en el cortinglés empapándose de las últimas novedades, total para ponerme los mismos pantalones cada vez que rebusco en el armario. Yo estoy seguro que aquí pasa algo, porque a esos dos de la furgoneta los tienen pregunta que te pregunta, desde hace media hora y la de la coleta no deja de gesticular con los brazos. Hay policías con toda clase de uniformes. ¿Irá a pasar el rey por aquí en una visita a los barrios?¿Quién sabe? Como esas cosas son siempre de sorpresa. Pero a mí me da que aquí pasa algo gordo, de terrorismo, drogas o trata de negras, porque esta movida no se ve muy a menudo, o a lo mejor nos hemos venido a vivir al barrio donde hacen las prácticas los polis de academia. Tengo que terminar el trabajo que tengo en el ordenador, pero es que cuesta lo suyo separarse de la ventana: ahí están todavía los de la furgoneta, y un poco más adelante tienen parados a dos motoristas, que me da la impresión que van a tener que dejar las motos en prenda. Menudo lío; claro, la gente llega a la rotonda y cuando pretenden tomar la avenida, ahí se encuentran con el filtro, que no deja pasar ni una y a doscientos o trescientos metros, que yo con estas cosas me lío mucho, otro control para detener a los que vienen en sentido contrario. El que lleve prisa que se vaya olvidando de llegar temprano a donde quiera que fuere, porque aquí entre unas cosas y otras se le va un tiempecito. Además, ahora que me fijo, allá más lejos en la avenida tienen colocado otro vehículo policial, que impide al que llega hacer ninguna maniobra de retroceso y los que se incorporan por las calles adyacentes caen todos. Pues si que se lo tienen bien montado, estoy por llamar a la parienta para que no se asuste al llegar, porque esto va para largo, desde luego el que estuviese aburrido en su casa y no tuviera otra cosa que hacer  —que no es mi caso—, se lo están pasando bomba con el espectáculo ¡que entretenido! Aunque me imagino que en más de un piso estarán temblando, por si llaman al timbre, como no se sabe qué buscan y por aquí hay tanta gente sin papeles, supongo que estarán rezando para que acabe pronto la movida. Ellos si que lo tienen difícil, porque salir a la calle para escapar puede complicar las cosas, y esperar a que pase la tormenta puede resultar un infierno. Los líos de los papeles, pero ¿qué van a hacer las criaturas si no tienen otra forma de ganarse la vida?¿A quién le va a gustar marcharse tan lejos? Nosotros tuvimos que emigrar en su día, pero la mayoría nos fuimos cerquita: el Norte, Francia, Alemania y además con los papeles en regla. Ahora cogen a cualquiera ahí en la calle, o en un piso, sin documentar y ya tenemos el follón. Detener, detener, parece que no detienen a nadie, es cosa más de papeles que estén en regla, porque la grúa sí que está trabajando y ha cargado ya con un coche y unas cuantas motos, yo no sé como puede andar la gente tan tranquila por ahí de esa forma, pero si se vive más tranquilo teniendo los papeles arreglados, pero claro, también hay quien dice que, hasta donde vamos a llegar con tantos requisitos, que se lleva uno toda la vida fichando. Ya me estoy poniendo nervioso con tanto movimiento policial, yo voy a colocarme algo por encima y estoy en la calle empapándome de lo que pasa, que me voy a tener que comer las uñas, yo que nunca me los como. Eso sí, aquí al menos, en este bloque no se está escuchando nada raro, debe ser por otro sitio o a lo mejor es cosa sólo relacionada con el tráfico. Mi otro vecino el del A, el señor que está más pendiente de todas las cosas del bloque, me dice que a lo mejor es buen momento para decirles a los policías lo que no encontramos el otro día con esas marcas en la pared, que según dicen la hacen los rumanos para indicarse unos a otros las casas que pueden ser interesantes de ser limpiadas. A mi me parece una exageración, yo desde luego no seré quien salga ahí fuera a plantear nada, como si esto fuese una cuestación para recabar sospechas de robo, intuición de malos tratos, o peligro de escape de gas; esto es algo más serio, sí ya se ve que no dejan de pasearse de un lado a otro. En fin, que no lo pienso más y allá que me voy, ¿Pero? Si mi intención era bajar a la calle ¿qué hago subiendo la escalera? ¡Ay Díos mío que esto comienza a oler mal!. Lo cierto es que me ha entrado el gusanillo morboso de ver desde la azotea todo el espectáculo, porque desde allí la vista es más panorámica que en mi ventana. Como siempre me leeré el cartel que puso el verano pasado mi vecino el del A, el señor que se ocupa de todo. Mira que ponerse a hacer barbacoas en la azotea, si es que estos inmigrantes, a veces tienen cosas de indígenas. Me da la impresión de que no voy a estar solo contemplando el numerito de las luces azuladas, aquí hay más gente, porque la puerta está abierta y normalmente siempre está cerrada y en efecto allí está el vecino del 2ºB, que siempre me da los buenos días, aunque sea de noche, yo le sigo la corriente, total a mi que más me da si yo se el día que vivo, la criatura tendrá algún tipo de trastorno y se ha quedado en el bueno días, debe ser cosa de la jubilación, creo yo, es que ahora con esto de jubilarse a tan temprana edad, da tiempo hasta de que se te vaya la cabeza cuando menos te lo esperas, porque el hombre no parece tan mayor. ¡Oye!, pero si se está yendo a la azotea del bloque 14: ¡Oiga, buenos días!
—¿Hola vecino? Venga conmigo que voy a hacer una visita.
Me asomo con disimulo al filo de la calle y veo el montaje tal y como me imaginaba desde una perspectiva aérea. No me da tiempo a los detalles, porque mi vecino está empeñado en que le acompañe en sus andanzas gatunas. Cambiamos de bloque y comenzamos a bajar la escalera hasta la tercera planta, donde nos espera en la puerta del 3ºC, una señora bastante entrada en carnes, que con una sonrisa voluptuosa nos invita a que entremos en su casa. Más cortado que una poda otoñal, sigo a mi vecino y a la tal señora hasta el balcón terraza. ¿Porqué no tendré yo terraza en mi piso, si yo también soy un C? Tendré que preguntárselo a la parienta cuando vuelva del cortinglés. ¿A ver que nos quiere enseñar la dama, pero si desde allí arriba era donde se veía todo con más claridad?, debe ser cosa de los kilos, mi vecino está canijo, pero la señora del bloque 14 está que no entra en báscula ¡que brazos! Mejor será que deje de ser criticón y me asome al exterior porque del salón y la cocina no quiero ni fijarme en detalles, cuánta horteridad. Que me pelen el bigote si no es cierto lo que estoy viendo: ¿Dónde están los policías? ¿Y la grúa? ¿Y la movida que hace un segundo acabo de ver desde la azotea? Me voy corriendo antes que me vuelva loco, por mi madre de mi alma, que no es posible que haya desaparecido todo en tan poco tiempo. Y no ha desaparecido. Allí está el de la furgoneta y la jefa de la coleta y el de la moto y éste es el bloque 13, porque acabo de cambiar de azotea y estoy mirando en la misma dirección que desde el balcón de la gorda, porque el contenedor de papeles medio quemado lo he visto también desde allí y la Mercería Toñi y juraría que hasta ese señor del bañador floreado. Ya estoy otra vez con mi vecino y sus amigos porque esto lo tengo yo que aclarar antes que llegue mi parienta. ¿Pero porqué se comunicarán por la azotea si al fin y al cabo hay que subir y bajar los mismos escalones? Míralos, ahí siguen charlando, espero que no me hagan muchas preguntas, diré que me olvidé arriba cualquier cosa.
—Venga vecino, que se va a perder lo mejor.
Y lo mejor, según el criterio de mi vecino, es contemplar como unos mozalbetes colocan una papelera boca abajo en lo alto del contenedor semiquemado, y la hacen ascender como un cohete a base de prender petardos en su interior. Casi no doy crédito  a mis ojos, ni un solo policía, ni una solo luz azulada, ni nada que se parezca a lo que veía desde mi piso o lo que acabo de ver desde la azotea del bloque 13, que está pegada a la azotea del bloque 14. Es la misma calle, no me cabe duda, no llevo mucho tiempo en la zona pero soy bastante espabilado para darme cuenta que no estoy soñando, que veo lo que veo, que el escenario es el mismo pero los personajes son distintos, o al menos la trama lo es. Seguro que si miro desde esta azotea veré el numerito de fuegos artificiales y si me voy a la mía, allí estarán los policías. Y no quiero ni plantearme que panorámica ofrecerá el bloque 12, al que también se puede acceder fácilmente desde el 13. ¿Tendrá entrada libre mi vecino? Ya puestos más vale estar al tanto de todo lo que ocurra. Será mejor que les siga la corriente y no diga nada, porque me da la impresión que tendré que ser yo mismo quien descubra el misterio de lo que aquí esté pasando. La misma calle, los mismos árboles, los mismos escaparates...tendré que saltar al bloque 12 a buscar la solución a este misterio. A ver si mi vecino se decide a dar por terminada la visita. No les quiero entrar al trapo de la conversación que se traen entre manos, a ver si se aburren y nos vamos. Podría irme, pero si bajo a la calle puedo perderme la oportunidad de indagar en este misterio y andar haciendo el gato en solitario, no lo considero oportuno si me descubren, así que aguantaré. Ya parece que la gorda tiene ganas de despedida, espero que mi vecino vuelva por el mismo camino y no se le ocurra otro cambio, porque entonces si que me las tendré que apañar en solitario. Esta mujer le está haciendo gestos a alguien de ahí abajo, un tipo rubio de coleta y brazos de legionario, ah claro, debe ser su marido o algo por el estilo, ya los he visto otras veces juntos. Qué despistado soy. Claro si está a la espera de recoger al niño, que era uno de los que tiraban petarditos. Mi vecino me mira, así que eso quiere decir algo y espero que ese algo sea que nos vamos, porque como se enrolle ahora con el rubiales, yo me abro, que estoy ya que no vivo. Me vuelve a mirar y dice:
—¿Nos vamos?
—Lo que usted diga, vecino.
Por fin estamos de nuevo en la azotea del bloque 13, miro como sin querer la calle y allí sigue todo el despliegue policial, y por supuesto ni rastro de la pandilla de los petardos. Mejor será que no me pare a pensar, o terminaré haciendo el pino en el filo de la cornisa. Veamos las intenciones de mi vecino, si vuelve escaleras abajo o se le ocurre alguna que otra feliz idea. Parece buena gente, pero no le quiero comentar nada de lo que estoy viendo, porque lo del saludo no me da buena espina, y hasta que yo no tenga más claro que pasa aquí, mejor será que me calle y siga observando. Me está contando una historia bastante triste con relación a la señora que acabamos de visitar, a sus kilos y a esa criatura que tiene por hijo, que no sabe ya que hacer con él, pero yo apenas salgo de si seguirle o no seguirle la corriente, porque la mente no la tengo más que en lo que tengo, ahora me gustaría dar el salto a la azotea del bloque 12, a ver si aclaro este embrollo. Él sigue charla que te charla, me pregunta la hora, se la digo y por fin dice lo que estaba deseando escuchar:
—Venga usted conmigo que vamos a visitar a un amigo.
Y de la misma forma que saltamos al bloque 14, ahora lo hacemos al 12, pero en esta ocasión nos encontramos con que la puerta de acceso a las plantas está cerrada, momento que yo aprovecho para de forma disimulada asomarme al filo de la pared exterior, pero la voz de mi vecino me sorprende una vez más invitándome a seguirle sin que pueda comprobar en que escenario me encontraba, o si este bloque tiene otra vista distinta a los dos anteriores, a pesar de que están correlativos los tres y me asomo siempre  a la misma calle. Por ahora sigo con la intriga, porque las artimañas de mi vecino son infinitas y ha conseguido abrir la puerta merced a un artilugio que llevaba en el bolsillo, una especie de alambre curvo, terminado en círculo que ha introducido por una pequeña ranura y con un movimiento de muñeca ha enganchado el pestillo y la puerta se ha abierto. Madre mía de mi alma. No sé por donde empezaré cuando tenga que contarle todo esto a la parienta. En fin ya estamos otra vez escaleras abajo, a ver ahora a donde me lleva este individuo al que apenas conozco, con el que tan sólo he cruzado unos cuantos saludos y algunas frases sueltas relativas al estado del tiempo, con lo tranquilo que estaba yo en mi casa escribiendo en el ordenador, y escuchando al pacoibañez en la radio, pero claro hacía tanto calor, la ventana estaba abierta para que entrase algo de aire y no tuve más remedio que enterarme del murmullo de la calle y asomarme a ver que pasaba. Ya estamos otra vez parados delante de una puerta, la del 2ºB. ¡Arrea!, pero si es la frutera y yo con estos pelos. Menudo cuerpo tiene esta criatura, igualito que la del 14. Y qué piel tan suave. Ahora si que ha acertado el vecino con la visita, aquí si que no me importa a mi quedarme el tiempo que haga falta. A debido decirme que clase de parentesco tiene con ella, pero ni me he enterado. Qué cuerpo. Qué garbo. Nos invita a sentarnos y puede que sea capaz hasta de ponernos una cervecita. No hay nada como convivir con vecinos competentes. ¿En la terraza? Ahí está el tío. Mi vecino vuelve a mirarme fijamente, eso es señal inequívoca de que quiere contarme algo y a mi que se me van los ojos por las transparencias de la frutera, no se si podré contestarle algo en condiciones. De todas formas tampoco puedo olvidar el objetivo número uno de mi presencia aquí, por mucho que me pueda la carne, en cuanto traiga las aceitunas estoy volviéndome de espaldas y prestando atención a la calle, que para esto estoy aquí. Éste me está contando algo pero como la otra también anda metiendo baza, aprovecharé el momento y... lo que me temía. Ni lo uno, ni lo otro: el escenario ha vuelto a cambiar y ni están los policías, ni están los de la panda del petardo. Ahora lo más llamativo es una malabarista con gorra de payaso que aprovecha cuando el semáforo está en rojo para lanzar sus bolas ardientes al aire y volverlas a recoger sin que toquen el suelo. Ahora si que estoy en un lío, porque ni rastro de la movida policial, ni nada de nada y se ve que aquí cada bloque va a su bola y esto parece una pantalla de televisión en la que uno pudiera meterse. Ya sólo me faltaría que además desde cada piso la escena fuese distinta, vamos eso ya no lo supera ni la CNN en versión española. La anfitriona se dirige a mí y me comenta que esa criaturita de las llamaradas lleva toda la tarde con el entretenimiento. Por si me quedaba alguna duda. ¿Y ahora con que me quedo? Porque ya puestos a escoger y antes que vea delante de mí a los loqueros, más vale que me decida por uno de lo tres escenarios, por ser algo coherente más que nada. A lo mejor acierto y doy con la respuesta correcta y no llegan a encerrarme. Y mi parienta en el cortinglés. ¿Qué hago, saco la conversación o me la llevo a la tumba? Ya no me entusiasman ni los movimientos de la frutera, tengo un sudor frío que me está comiendo la moral. Mi vecino parece que me va a decir algo, pero mis condiciones físicas se deterioran por momentos, mejor será que me levante y diga lo que sea, aunque me parece que lo que voy a decir es que me encuentro mal y necesito volver a mi casa lo antes posible. Le doy un beso a la frutera, le estrecho la mano al vecino y ya estoy cogiendo escaleras abajo, tal y como quería desde un primer momento. Aquí en esta parte de calle, justo a la espalda de ese escenario que aún no acabo de encuadrar se respira tranquilidad, me voy a asomar a la esquina a ver si me entero de algo y ya estoy en el tercero, que esto me temo es cuestión de acostarse y volverse a levantar de nuevo y esperar que la cosa cambie.¡Arrea!, ahí está la de la coleta paseando con otro guardia uniformado ¿qué hará por aquí? Nada, que sigue la broma y a mí me van a volver locos entre unos y otros. Media vuelta y a subir a casa, que entre otras cosas he dejado enchufado el ordenador y el trabajo que me traía entre manos. Mi mujer aún no ha llegado porque la puerta sigue con las dos vueltas de llave que yo le di cuando subí a la azotea. Y a todo esto, vaya tela el pedazo de calor que está haciendo, que se nos van a fundir los plomos en una de estas. Veamos, ¿por donde me quedé? ¿Qué le pasa ahora al ratón que no aparece el puntero? No sé cuando terminarán de poner en el mercado el reconocimiento de voz, uno llega, le dice lo que quiere a la pantallita y a funcionar. Nada, que esto no va ni para atrás ni para adelante. ¿Ostia, pero si esa...? Por la madre que me trajo al mundo, sino acabo de ver en la pantalla de este trasto  a la gorda del bloque 14. ¿En qué botón habré tocado? Esto tiene que ser con el Control y el Alt, que es como se ven a aquí todas las cosas. Vamos a ello: dedo meñique para el Control, el corazón para el Alt, con el índice ¿qué hago con el índice? No sé, voy a probar dándole al tabulador. Y con la mano derecha lo intentaré con los efe, que a mí siempre me ha picado mucho la curiosidad por saber para que sirven tantas efes ¡la leche! Si parece que estoy en una clase autodidacta de piano, pero la cosa es que lo hago como si me estuviesen guiando. ¡Ahí!. Ahí está de nuevo la gorda y su marido y el pelirrojo que tienen por hijo, están hablando, será cuestión de conectar los bafles. Se van, se dirigen a la puerta y se van los tres y yo sin enterarme de nada. Sigo, F2, anda. Ahora tenemos en pantalla a mi vecino el de los buenos días charlando con la de la coleta y el uniformado, justo en el sitio donde ya me los encontré antes. ¿Porqué no se escucha esto? Me voy a la cocina a preparar algo de comer o beber, porque no hay manera de encontrar la clave de todo este lío que anda a mi alrededor, con la caló que está haciendo. ¿Me llaman?¿He escuchado yo mi nombre salir de algún sitio? Lo que me faltaba, alucinaciones. ¿A que hora cerrarán el cortinglés? Mi vecino está en primer plano en la pantalla y me mira fijamente, algo me va a decir. Que baje con él a tomarme una copa, que está ahí con unos amigos. ¿Qué hago? ¿Contesto o me hago el sueco? Ahora parece que ya funciona el ratón. ¿Y estas ventanas? Yo no había visto esto antes en una pantalla. ¿A que va a ser de la web que estaba visitando? Lo dicho, aquí aparecen los tres escenarios que he pisado hace unos minutos. Como tengo al vecino minimizado, voy a pinchar ahora en la ventanita de la frutera, que a lo mejor también puedo hablar con ella. ¡Digo, ahí está! Y está mirando por su terraza a la calle y se ve ni más ni menos que lo que ella decía: la de las bolas de fuego. ¿Y si yo miro ahora por mi ventana, que veré? Lo que me imaginaba: lo mismo que la frutera. Pincho en la ventanita de la señora madre del pelirrojo y...¡voilá!...están cenando los tres tan ricamente, Miro por mi ventana —la auténtica— y  ¿qué veo?, los de los petardos haciendo volar la papelera, eso si, para que no falte ningún detalle, el pelirrojo no aparece ahora en escena ¡claro!, cómo está comiendo. No, si aquí está todo muy bien pensado. Yo me acuesto del tirón, me encierro en la habitación y ahí que se pudran todos; en la editorial que esperen unos días, porque con este ambiente no hay forma de concentrarse en el libro de relatos que me encargaron.

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