viernes, 12 de febrero de 2016

Los que no pasaron el corte (1)


Cuentas de Navidad fue uno de los relatos que no tuvieron el santo de cara a la hora de ser elegidos para formar parte del libro Una parada obligatoria, pero es de justicia recordar que formaba parte del mismo grupo de los trece afortunados, que si pasaron el corte. Fue un cajonazo -como dirían por Cádiz-, y es por ello que traigo a colacción el relato completo, que le va a permitir asomarse a esta ventana, que dicho sea de paso admite todo lo relacionado con el mundo de la narración corta.  Ah, y que les aproveche.


Sevilla, a veintiuno de diciembre de dos mil cinco; o sea, un día antes de que se juegue la lotería. La lotería, esa cosa prima hermana de la casualidad, porque no me negaran ustedes que tiene mucho de casual, que salgan las cinco bolitas justas que tienen que salir, y además en el mismo orden que el de ese ridículo papel de setenta y siete centímetros cuadrados, con esa ridícula conmemoración del día del inmigrante. Y a mi que leche me importa el inmigrante, para tener que recordármelo hasta en esa mijita de papel coloreado, y además seguro que será hasta ilegal, el inmigrante, claro, el papel espero que sea legal, después del trabajo que me ha costado agacharme para recogerlo del suelo, que hasta me he tenido que hincar de rodillas, porque el maldito se había metido en la rendija del desagüe, dispuesto a hacerme la puñeta. Yo en cuanto lo vi volar de la cartera de aquel barbudo, no le perdí ojo en ningún momento, para eso estaba yo allí puesto estratégicamente en la farola, al lado de la frutería, diez pasos más allá de la oficina del bonoloto.
Es que no falla, con las prisas, los nervios, las supersticiones y la hora en el culo para llegar a no sé que sitio. ¿Porqué andará siempre la gente correteando como las hormigas de un lado para otro? Pues eso, lo vi como revoloteaba como si fuera una mariposa por el mes de mayo; suave y lentamente fue llegando hasta los almendrados adoquines de la acera, para caer boca abajo – supongo que para llamar menos la atención –, y milagrosamente sin llegar a tocar ninguno de los excrementos caninos, que en distintos grados de dureza se encontraban en el acerado. Yo como profesional que soy en estos menesteres, seguía junto a mi farola pendiente, eso si, de los ojos de todo ser humano que se encontraba próximo a la escena. Nada, cada cual estaba en lo que estaba y afortunadamente, nadie se había fijado en el vuelo sincronizado de aquel trozo de papel de cinco dígitos, que en breves momentos iba a pasar a mi poder, que para eso uno es lo suficientemente profesional. De su dueño anterior ya ni me acuerdo de la cara, lo único que le deseo – que uno también tiene su corazoncito – es que no se hubiese fijado en el número del décimo, por lo demás cabreo más o menos. Al fin y al cabo, que perdía ¿veinte euros? Vaya usted a saber.
Lo más seguro es que fuese compartido con la peña, con lo cual a la hora de hacer las cuentas ( seguro que ni sabían que número jugaban ), iban a tocar a una minucia, y a mi si las bolitas se portan como se tienen que portar me va a sacar de esta miserable vida de andar de farola en farola, que no sé ya en que administración ponerme, para que nadie desconfíe. Eso si, a la ADMINISTRACIÓN con mayúsculas, le debo que pueda seguir tirando, no por la mierda de pensión que me pasa, que me da para la barra de pan y poco más, que ya se ha tenido uno que quitar hasta de los vicios; ya no fumo, me voy a los bares para fumadores, y dejo que se me llene la chaqueta de humo, o a la puerta de los trabajos donde hay mucha gente, un paseito y trago más que cuando estaba enviciado de verdad. Pero a lo que iba, el Estado con sacar tanta cantidad de juegos legales, me ha echado una manilla, mire usted, porque todos los días del año se juega algo, ya no es el caso del día de mañana, que antes era todo un acontecimiento nacional, o cuando acertaba una quiniela de fútbol la señora de ese pueblo dejado de la mano de Dios, perdido por entre los montes, y que como no tenía ni idea de eso del balompié, le ponía un uno al que le tenía que poner un dos, y una equis al que le tenía que poner un uno.
Ahora no, ahora hay quinielas que te las hace la maquinita, y tu lo único que tienes que hacer es soltar los euros. Así que en ese sentido resulta más fácil mi trabajo, se ve más movimiento de gente, se hacen más colas en la puerta  de los establecimientos autorizados y más follón de bolsos, carteras, bolsillos, monederos y refajos. Ahí es donde está la clave de mi éxito. Eso si, la espalda la tengo echa cisco, me identifico con la letra de aquella zarzuela que más o menos venía a decir:”que trabajo nos mando el señor, agacharse y volverse a agachar”. Ahora bien, si el incauto benefactor se diera cuenta, de que se le ha caído el billete, antes de que le llegue el riego suficiente al cerebro, ya le he pegado el cambiazo, y le he recogido del suelo el billete que pasa a mi bolsillo, y al suyo otro de similares características, pero que ya pasó por la vergüenza de no haberse acercado ni de coña a la pedrea, ¿quién se va a fijar en ese momento si uno es profesional o no?. La próxima vez que yo vuelva por ese local, habrá llovido ya lo suficiente, como para que nadie se acuerde de mi jeta. Así llevo ya no se cuanto tiempo, y no es que de para irme todos los veranos a Marbella, pero bueno; da para vivir, porque claro, como dice el cuponero de la esquina, esto de vez en cuando toca, y uno tampoco tiene tantos gastos ¡que leche!
Claro que hoy es un día distinto, esto no me había pasado antes y aquí seguro que hay tomate, si es que nadie se ha dado cuenta de que al lelo ese se le ha caído del décimo, no he tenido que actuar a todo trapo, para que nadie se me adelantase, tan sólo la molestia de sacarlo del desagüe, pero bueno, por lo menos no he tenido que convencer a nadie de nada, ni dar cambiazo, ni disimular, aquí seguro que hay un pelotazo de no te menees, porque hay demasiados presagios favorables a mi suerte y todos no iban a estar equivocados ¿no?, con que haya uno que acierte, ya está, me lo llevé, y entonces seguro que me echará cuenta la morena esa de pelo rizado que me trae loco, pero como en el barrio todo se sabe, seguro que más de una – y de uno – le habrá largado que soy un desgraciado, que estoy solo, que no tengo donde caerme vivo y que como de la misericordia. ¡Y un jamón con chorreras! Menuda paciencia le tengo yo que echar a la cosa, horas y horas de un lado para otro propiciando todo tipo de encontronazos, a ver si hay suerte y el numerito recién adquirido no da tiempo de guardarlo y cae al suelo.
Tiene unos ojos que parecen dos lagos con la luna reflejada. ¡Y con que garbo despacha los pimientos! Yo sé que es madre de un niño, porque uno también tiene oídos, pero también sé que anda sin marido, porque uno tiene pesqui, ahora bien, el hermano – el camionero – está cuadrado, así que tengo que andar con más tiento que apañando décimos, pero el dinero puede con todo, y si en lugar de tener yo esta pinta de no haber roto un plato, me engomino el pelo y tiro de las alhajas, la morena me despacha a mi el primero, por mucha cola que haya en la frutería, que uno ya tiene mucho mundo visto y peina canas entre otras cosas. El número no quiero verlo hasta mañana, que los niños de San Ildefonso se estén tomando el bocata, yo no miro el número, ni éste que seguro que guarda alguna relación con el gordo, ni ninguno otro de los que llevo birlados, que eso trae mala suerte, aunque bien pensado lo de la mala suerte es una enorme tontería, porque a ver: dicen que la lotería regalada no toca, ¡anda que no! ¿y todas las veces que he trincado algo – nunca demasiado, eso si – sin haber pasado por taquilla ni una sola vez?. Este billete ha hecho demasiados malabarismos para caer en mis manos, y ese tres, ese dos, ese cuatro, ese ocho y ese seis – por poner un ejemplo – están tan bien puestos, que parece mentira que pueda salir otro número. Mañana seré yo quien rompa la botella de champán en la puerta de la administración de lotería ¡seguro!
Eso si, iré cuando haya pasado la bulla, no vaya a ser que por mo del demonio, al barbudo le dé por relacionar las cosas, y vaya con el cuento a al policía, ésta analice el video de la televisión, el de la caja de seguridad del banco de la esquina, y el del vecino que en ese momento ¡también es mala leche! grababa el paso de la hibernación de las ánades camino de Doñana, pero que le ocurrió tomar una muestra aleatoria, de lo que estaba pasando en la calle, en ese momento tan crucial para los pájaros. La policía - que para eso le pagan -, encaje el asunto y se queda la morena con los pimientos, y mi casera sin el sustento mensual que le proporciona este desgraciado, porque a mi, que me den por el culo, que para eso soy el malo de esta historia, ¡no te jode! Yo no he querido echar cuentas, pero la décima parte de un billete de doscientos euros y además multiplicado por ciento sesenta y seis coma seis pesetas, esas son muchas pesetas sean antiguas o no. Antes si que me salía a mi bien las cuentas, pero desde que regularon mi empresa, y me regalaron aquella jubilación anticipada, se me ha ido olvidando hasta la fecha de mi nacimiento, luego vino la felicitación de los amigos de lo bien que iba a vivir, lo mucho que iba a viajar, y lo de tiempo que iba a tener para dedicarme a mis cosas, además todavía eres joven para encontrar otro empleo, a mi que tan bien se me daban los números fueran contables o no, si hasta era gracioso.
Pues aquí me tienen, con unos cuernos que tengo señalado hasta el rellano de la escalera cuando doy la vuelta, los amigos tardaron bastante en darme el esquinazo; en cuanto fue pasando el tiempo y el trabajo no aparecía ni por el mundo Díos; ni en la peña ni en el bar de la panda, ni el club de la quiniela, cuando a uno le van las cosas mal, todo parece torcerse al mismo tiempo, me cansé de llamar a las puertas y me dejé las uñas de los dedos en el teclado del teléfono. Se ve que apestaba, aunque soy de los que se duchan, no a diario porque hay que mirar por el agua, pero si que voy a las  tiendas que antes eran de veinte duros a buscar gel de baño y desodorante, que uno es pobre pero honrado con la higiene. Tengo dos hijos, o al menos fui padre de ellos, según decía mi mujer, pero cuando les llegó la hora de coger puerta, de su puñetero padre nunca más se acordaron, con la cantidad de pañales que les tuve que cambiar, y la de cuentos que les interpretaba para que cogieran el sueño, pero uno se fue a la mili, se reenganchó en el ejercito, se hizo profesional del caqui, anduvo por esos mundos de Díos, y se ve que se le olvidó escribir porque hasta hoy, vísperas del sorteo. El otro se casó con una india, se puso una túnica de esas naranjas, y se le cerraron los ojos porque de vez en cuando me cruzaba con él, y parecía un iluminado, por más que lo saludaba y trataba de hacerle ver quien era yo, él a lo suyo: hermano para arriba y hermano para abajo, y venga a darme la tabarra con no se que cosas del espíritu.
Total que entre uno y otro como para pedirles una ayudita para llegar a fin de mes. Así que yo a lo mío, a la puerta de las administraciones de loterías a buscarme la vida, y los domingos para descansar y desfogarme del estrés del trabajo, al fútbol. Le tengo ya cogido el puntito, a eso de dar vueltas alrededor del estadio, que el día que veo una puerta abierta y el guardia distraído ni entro, además como no tengo colores definidos, un domingo me voy a Heliopolis y otro a Nervión, me siento un ratito, oigo el murmullo de la gente, me imagino los jugadores corriendo, las pañoladas, las broncas al arbitro, y sin necesidad de transistor sé como va la tarde casi oliendo el aire. No es mala vida, la verdad, un poco aburrida a veces, porque falta la compañía en momentos que se necesita, pero a todo se acostumbra uno, es cuestión de darle la vuelta y quedarse con lo bueno, con lo gratificante, no darle demasiada importancia a los sinsabores, y darle mucha importancia a esos momentos placenteros que cada día tenemos.
Cualquier día – como me va a pasar a mi mañana -, todo puede cambiar, y donde antes no había más que miseria, puedes encontrarte con lo mejor del mundo. Lo curioso de todas estas cosas que razono, es que hasta me las creo, ya no sé ni como tengo fuerzas para elucubrar tanto, después de los añitos que llevo, que tengo más pasao que El Pernales. Pero en fin va a ser cosa de ir terminando esta carta, que quiero dejar en el buzón del notario, por si le da el punto y quiere tenerla en cuenta a la hora de explicarle al mundo, cómo es posible que yo, el vecino del tercero, el dejado de la mano de Díos, ha pasado de la noche a la mañana, a tener tanto dinero sin cometer ningún delito legalmente reconocido, porque me ha tocado la lotería, así por las buenas va a ser difícil de creer, sin conocer el celo profesional que pongo en mi trabajo, lo más fácil es que terminara en chirona o en un manicomio, y el dinero repartido entre las hermanitas de la caridad, o alguna onegé punto org, que tanto proliferan hoy día.
Sevilla a veintidós de diciembre de dos mil cinco: no es que siga escribiendo desde ayer, no se trata de eso, es que ahora la carta se la voy a mandar a los Reyes Magos a ver si son capaces de explicarme ellos a mi – que para eso son magos -, como es posible que llegue a mis manos el veinte mil ochenta y cinco pero del año pasado.