lunes, 24 de julio de 2017

La virgen de las nieves



Así comienza el relato número diez del libro

Los coches quedaron aparcados en un terraplén amarillento, desde el que se tenía una vista panorámica de la población. A juzgar por la cantidad de humo que salía de las chimeneas, se podía adivinar que el termómetro estaba bajo mínimos. En cuanto dejaron la confortabilidad del vehículo y tomaron contacto con el ambiente, tuvieron que echar mano de abrigos, chubasqueros, gorros y guantes adecuados. Un poco más lejos, el gran farallón de los buitres se presentaba cubierto de una densa niebla que impedía saber si andaban por allí, o estaban en otros parajes más cálidos. Cogieron sus bastones de senderistas y, casi sin poder hablar, se apretaron las correas y decidieron afrontar la cuesta que tenían por delante. Como siempre, el Jefe comenzó a tirar del grupo y, dada la dificultad orográfica, este se desgranó en los primeros metros de subida y cada cual utilizó sus propios recursos para encontrar aire y seguir subiendo. Joaquín insistió mucho en ello, pero nadie le echaba cuenta. «Hay que estirar, es necesario dedicarle diez minutos al estiramiento antes de echarse a andar.» Sus palabras caían en saco roto. La gente comenzó a moverse y los músculos ya se irían calentando… 
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