miércoles, 23 de septiembre de 2015

Sobre libros y librerías



Muere Carmen Balcells y aunque a uno esto ni le va ni le viene, más allá del respeto que le merece la propia muerte de un ser humano, si que es verdad que da envidia sana saber que han existido personas de tal calibre velando por la salud de escritores de la talla de García Márquez, Juan Marsé o Camilo José Cela, pongo por caso. Ya sé que esto no es más que un puro negocio, pero qué liberación debe suponer poder dedicarte a escribir y publicar sin preocupaciones de recuperar el dinero invertido. Ni conocía a esta señora, ni a nadie de su entorno, pero su imagen siempre me dio la sensación de ese aspecto bonachón que debe tener toda persona en la que confiamos. Ella se ha ido, lo que hace falta es que sus descendientes en el cargo puedan seguir sacando a la luz a más Cortázar, Vargas Llosas, Nerudas, Aleixandres, Mendozas, Montalbanes, Cercas, o al menos dando el apoyo suficiente para que ninguna figura de primer nivel vea frustrada su carrera por mera necesidad económica.
Mientras tanto en Japón, un espabilado librero se hace con el 90% de los 100.000 ejemplares de El novelista como profesión, nuevo libro de Haruki Murakami, en leal lucha por la defensa del libro en formato papel. Aplaudo porque —sin renegar a la era Internet— me siguen atrayendo sobremanera los libros tangibles. Puede sonar a perogrullada, pero su tacto, su olor, su posición particular en la librería, me traen tan buenos recuerdos que siempre tengo uno a mano, esté donde esté. “El hecho de que las librerías físicas hayan estado en el mercado por siglos no significa que este sea un formato obsoleto para servir a los ciudadanos del siglo XXI”, ha dicho el personaje en cuestión, un tal H. Sogo, al que no tengo el gusto de conocer, pero al que aplaudo.
Y ahora lo más triste: parece ser que Beta no puede sostener algunas de sus librerías y caen dos de ellas en la ciudad de Sevilla. Muy triste. Ya había cerrado hace más de un año la que tenía establecida en el antiguo Teatro Imperial de la calle Sierpes y que tanto me recordaba a algunas que conocí en Buenos Aires hace años. Entonces quede sorprendido ante la posibilidad de entrar en una tienda enorme llena de libros, con rincones acogedores dónde uno se podía sentar a leer con toda la tranquilidad del mundo e incluso se podía tomar un café si le apetecía. Ya sé que hoy día existen otras cadenas que llevan a cabo iniciativas plausibles y de similares características, pero para mí eran desconocidas en aquel tiempo. Por eso y porque el negocio sigue siendo el negocio, dos librerías pasan a mejor vida y eso siempre es de lamentar. Menos mal que siempre me queda el consuelo de que la mía —la que estoy montando en mi propia casa— cada día cuenta con más ejemplares y eso se lo debo en gran medida al avasallador impulso de la era Internet. Así es la vida.

miércoles, 2 de septiembre de 2015

El destierro



Así comienza este relato, que forma parte de Una parada obligatoria:
Sábado. Once de la noche:
Mientras Pedro se debatía en un quirófano, entre la vida y la muerte…
—¿Y ahora qué, Juan? ¿Con qué ánimo vuelvo al pueblo? —se lamentó sollozando el padre de Pedro.
—Con el mismo que puede volver cualquier padre responsable —le respondió Carrasco.
—Si mi hijo se muere, esto no puede quedar así.
—Claro que no, pero aún está vivo; eso es lo importante.
—Aun así, Juan, aun así.
—No estás solo, tienes una familia.
—Tú sabes que yo no podré vivir al lado de quienes se han querido llevar por delante a mi hijo.
—¡Ha sido un accidente, hermano!
—¡Ha sido un crimen!
—Pedro todavía está vivo. No saques las cosas de su sitio; respétalo. No sabemos nada, ni siquiera qué pasó. Llevamos aquí metidos un día entero y por ahora lo único que nos debe preocupar es que tu hijo, ¿oyes?, ¡tu hijo!, sigue estando presente entre nosotros, así que deja de hacer cábalas y cálmate de una vez.
—Muy buenas palabras, hermano, pero a mí no me valen. Yo no puedo volver a mi pueblo y sentirme observado por todo el mundo, mientras el culpable de esto anda por ahí suelto.
—Muy bien. Si quieres, cogemos la escopeta y nos vamos de casa en casa...
—No es eso, Juan, tú lo sabes. Yo no voy a matar a nadie, pero tampoco puedo vivir con quien ha intentado quitarle la vida a mi hijo.
—¿Y quién ha sido?
—Por eso, Juan, por eso. Porque ni lo sé ni quiero saberlo, prefiero no verle la cara a nadie. Todos nos conocemos y sabemos quiénes estaban detrás de esas botellonas y se hacían los gallitos y arrastraban a los jóvenes.
—Sabes demasiado, hermano.
—Lo justo como para no poder vivir tranquilo. Con mi hijo o sin él, mi vida ha cambiado, y tú lo sabes. Me conoces bien y no ignoras lo que late en mi cabeza. Mejor será que hoy sea la última vez que pise la tierra que me vio nacer.
.../...