sábado, 11 de febrero de 2017

Los que no pasaaron el corte (13)


VAMOS DE RUTA
Habían salido a las nueve de la mañana desde La Laja, y se disponían a pasar un buen día de campo con sus mochilas cargadas de ilusiones, sus botas de protección oficial para los tobillos y el bastón o palo largo – según los casos - para acompañarse cuando fuese necesario cruzar un arroyo o para mantener el equilibrio si de eso se trataba. Eran viejos conocidos de otros domingos, a excepción de Alejandro, que se estrenaba.
Emeterio C.: A mí no llevarme demasiado rápido, que acabo de salir de una lesión muscular y todavía me resiento algo ─decía EC.
Elías: No tenemos prisa ─contestó E─ el objetivo es asequible y si no llegamos, con volvemos para atrás, asunto concluido, hay que adecuarse a las circunstancias . ¿Tú qué piensas Prudencio?
Prudencio: Lo mismo que tú, que es lo primero, que vayamos a gusto y no tengamos obsesión por llegar a ningún sitio. A mi en particular me gustaría llegar a Castañares, pero comprendo que si alguien no se encuentra bien, ya lo intentaremos otro día.

No había nubes, pero el cielo presentaba un aspecto tan misterioso, que no se sabía muy bien que iría a pasar en las próximas horas.
E: Os voy a contar algo, aunque a lo mejor éste no sea el momento ni el lugar adecuado para hacerlo, pero me impresionó tanto que no me resisto a contarlo. Ayer escuché un debate en la radio que me llamó mucho la atención, porque no se suele hablar de estas cosas tan abiertamente en los medios. Se planteaban los contertulios sobre las distintas formas que tenemos los humanos, de encarar el momento decisivo de nuestras vidas, ese del último capotazo.
P: Me imagino que será desde un punto de vista religioso.
E: Bueno, la verdad es que lo enfocaron desde todos los puntos de vista, exceptuando claro está las causas accidentales, en los cuales no te da tiempo a plantearte nada, tan sólo coger la vereda.
EC: ¿Pero de qué iba la cosa? Del instante en el que la persona sabe que ya no hay marcha atrás, o de lo que cada cual piensa sobre el final de la vida.
E: Más bien de lo segundo.
Alejandro: Perdonad que me inhiba de esa conversación, pero es que me da un poco de grima hablar de esos temas, de hecho desde que lo habéis sacado llevo los dedos cruzados y no suelto el bordón-palo ni un momento.
P: Ahí está la cuestión; nos da miedo esa tremenda realidad. A lo mejor la vemos en otras especies como por ejemplo ese hongo (señalando a su lado), que nació anoche aprovechando la humedad, y en cuanto salga la luz del sol, morirá. Habrá cubierto su ciclo vital en unas cuantas horas. O la perdiz que nos encontramos el otro día poco antes de morir; o tantos ejemplos a los que no echamos cuenta, pero la especie humana es distinta, tiene raciocinio, piensa, y eso a veces resulta tan incómodo.
EC: Y aprendemos; a mí nunca se me borrarán las imágenes de aquel chaval con síndrome Down al que tuvimos que ir a despedir todos los compañeros del colegio con su corona de flores y todo. Eso te marca y te va situando. Tú no quieres echarle cuenta pero de vez en cuando, conforme pasan los años se te aparece el de la guadaña y te entra un tembleque por todo el cuerpo que no sabes como afrontarlo. Hay quienes hacen como Alejandro: se colocan los cascos y se ponen a escuchar música pero hay otras personas sobre todo a determinadas edades que agarran unas depresiones de aúpa.
E: ¡Joé no sabía yo que iba a dar tanto de sí el tema! Yo lo había sacado por hablar de algo durante el camino y que se nos hiciese más corto, pero ya veo que tenéis carrete.
P: Hombre, no es nada baladí lo que nos traemos entre manos. Se trata ni más ni menos ─pongamos por caso─, de que el domingo que viene podamos estar haciéndonos otra ruta o de que ésta sea la definitiva. ¿Te parece poco?
EC: Si es así nos damos media vuelta ya ¿eh?, no vaya a ser que empeore de mis molestias. ¡Ja, ja, ja
E: Es otra forma de verlo. De hecho hay quienes prefieren tomárselo a guasa y no hacerle ni el más mínimo caso, al fin y al cabo no va a ver una segunda oportunidad.
P: Hombre, ahí entraríamos en el aspecto místico del tema. Por eso te decía yo al principio...
E: ¡Ya, ya! Pero es que cada cual se agarra a la tabla de salvación que le parece oportuna. Otra cosa es aceptar o no que ese es nuestro destino.

Frente a los cuatro compañeros se despliega un bosque de castaños, que tiene el suelo completamente cubierto de hojas grandes y amarillas, y esparcidas por el suelo una gran cantidad de castañas a las que es difícil resistirse. El primero en agacharse para coger los mejores frutos es Alejandro, que sin abandonar sus botones auriculares comienza a llenar los bolsillos de su anorak. A él le sigue Emeterio C. Y casi de forma automática Prudencio y Elías. Continúan charlando aunque ahora de forma más entrecortada porque hay que degustar los productos que ofrece la madre Naturaleza, y se pierde la concentración.
EC: Porque vosotros estaréis conmigo en que es más segura la sentencia bíblica de que “polvo eres y en polvo te convertirás”, de aquella otra creencia de la resurrección y la vida eterna.
P: Es cuestión de fe; que nos convirtamos en polvo los sabemos, porque lo estamos viendo todos los días...
E: Y ahora más desde que se puso de moda el asunto de la incineración ─interrumpió Elías─. Perdona era una broma.
P: Pues eso. Venir a la vida terrenal y terminar volviendo a la Tierra lo vemos, lo palpamos y de eso no hay duda, nos pasa a nosotros y les pasa a otros muchos organismos, pero el asunto de la vida eterna que se nos ofrece si somos buenos, eso es ya otra cosa.
EC: O si somos malos, porque se dan las dos circunstancias. Una nos manda al cielo, donde se debe estar de puta madre, y otra al infierno que en un auténtico...infierno iba a decir...pero para no repetirme, digamos que no se debe estar demasiado a gusto.
P: Insisto  en lo de la fe, porque ahí está la clave de todo. Nos han educado bajo más premisas que nos hacen medir las cosas de ese modo, pero hay otras religiones y otras creencias donde no existe el cielo y el infierno; no se le teme a la muerte. Nos ha tocado esta parte del Planeta y este momento de nuestra existencia, y aquí y ahora se ven las cosas de esta manera. Hay que ser buenos para tener un trámite relajado y tranquilo, cuando la verdad es que nada sabemos de esos instantes y poco importa el tipo de persona que hayas sido.
E: Yo creo que esto no es más que un ciclo y lo mismo que un día llegamos a este mundo y nos vamos desenvolviendo con más o menos fortuna, llega otro en el que se cierra el ciclo. Antes de ser concebidos no éramos absolutamente nada, ¿por qué lo vamos a ser una vez cerrado el circuito? Lo importante ─y ahí puede radicar nuestro bienestar─ es ser conscientes de la realidad de la vida, que hay un principio y un final.
P: 0 que ─dicho con otras palabras─, la muerte no es más que una parte de la vida.
EC: Ya, lo que pasa es que a nadie le gusta abandonar esta vereda, le tenemos tanto cariño, que en el fondo nos da miedo enfrentarnos con ella, aunque forma parte de la vida.
E: Lo del miedo es otra cosa, puede ser un mecanismo de defensa que tenemos, tal vez para no dejar este mundo antes de la cuenta. Por eso hay tan pocos valientes y son sólo un puñado de elegidos los que se juegan la vida de forma consciente. Tenerle miedo a la muerte es algo tan natural, que gracias a eso logramos sobrevivir. Sino ─y poniendo un ejemplo de nuestro ámbito─, cuántos de nosotros no habríamos caído ya cuando hemos andado por ahí por esos montes, sin saber por donde estábamos.
P: Eso tan bien puede ser prudencia.
E: Si prudencia, pero condicionada por lo mismo que veníamos hablando, porque sabemos que podemos acabar metiéndonos en un callejón sin salida.
EC: Hombre, no siempre tiene que ser por miedo a cascarla. Se le tiene miedo también a romperte algún hueso, o recibir algún golpe que te lo haga pasar mal.
E: Si, eso es así, pero antes una situación de este tipo, lo que se te viene a la mente es que te matas, otra cosa es el resultado final, que afortunadamente en la mayoría de los casos no pasa de un susto o de alguna lesión, pero por la mente pasan cosas tremendas.
P: Ahí aparece el dolor.
E: Uno de nuestros miedos, que aunque no es causa de muerte, si que pensamos también, más de una vez, que es un aviso.
EC: Hombre, en eso creo que exageras un poco, porque doler nos duelen tantas cosas a lo largo de la existencia, que no tenemos porque pensar en que eso sea ningún aviso. Cualquier persona más o menos centrada sabe que un dolor de muelas es eso y nada más, y no se va a poner trascendental, salvo que no tenga a mano un dolalgial o se le demore la consulta del dentista.
E: Ya, porque es un dolor de muelas, pero cuando es algo que no está tan claro y no tienes localizado su origen, porque no has sufrido ningún traumatismo ni te lo tienen diagnosticado, si que te entra un entripado que lo primero que piensas es que es algo importante.

En medio de un frondosa vegetación donde destacan las cornicabras pegadas a la orilla del sendero y los troncos agrietados por el paso del tiempo de centenarios alcornoques, las palabras de Emeterio C., Elías y Prudencio se dispersan y buscan acomodo como si nadie más les echase cuenta. Alejandro seguía absorto en un mundo contemplativo de magníficas imágenes visuales y la Traviata endulzándole los oídos. Su fe consistía en que llegado el momento de quitarse los tapones, sus acompañantes hubiesen terminado de plantearse dudas sobre ese asunto del que no valía la pena hablar; que llegase el momento cuando tuviese que llegar; no va a tener solución por muchas vueltas que le den, así que para que tanto filosofar. Contemplemos y disfrutemos de lo que ahora mismo tenemos delante, que además es para lo que hemos salido de casa, lo otro déjalo ahí y no lo toques que es peligroso despertar a la fiera. Unos hippies se las ingeniado para vivir en una tienda india en medio de una pradera, buscando apartarse de la vida                            bullanguera y ruidosa de la ciudad. Cerca de ella un bosquete de quercus les proporciona cobijo para los tórridos días de verano.
P: Decía Eme que a él le había impresionado la muerte de un chaval Down en sus años escolares, pero yo tengo clavado en mi mente la imagen de un motorista, que se dejó los sesos en la calle delante de mis ojos. No os podéis hacer una idea lo que impresiona ver dispersa por el suelo cualquier parte de nuestra anatomía.
E: Si, pero ya os decía al principio que las causas accidentales no las contemplaban en el debate, porque claro podemos entrar también en cualquiera de las guerras que tenemos hoy día y las escenas son espeluznantes. Pero esa no es la forma normal de concebir la muerte, eso son causas mayores que están por encima de tu propia voluntad.
P: De acuerdo, pero si te predisponen para que al final la termines aplicando a tu propia existencia, y de alguna u otra forma te hagas planteamientos y pienses si merece la pena tales y tales esfuerzos cuando el día menos pensado ¡zas al hoyo!
EC: Ahora entramos en nuestra condición de pesimistas u optimistas.
P: ¿Porqué lo dices?
EC: Hombre, porque nuestra vida no puede estar marcada por este tipo de planteamientos. Hay que gozarla y vivirla de la forma más agradable posible. No podemos estar dándole vueltas a que al final la vamos a cascar. Eso ya lo sabemos, pero mientras tanto tenemos que buscarnos los medios para estar lo más a gusto posible.
E: Habla un optimista.
P: Normal, y si le preguntas su opinión a un pesimista, lo más probable es que prefiera hacer los mismo que Alejandro. Yo no lo planteaba en esos términos. Lo que quería decir es que esas circunstancias ─el accidente, la guerra─ te llevan a pensar en que aceptar que esto es así, que a ti también te ha de llegar el momento, te dejan como si todo se hubiese paralizado y tú te encontrarás fuera de sitio. Una rápida mirada a tu pasado y lo ves todo tan cambiado que te sientes como un bicho raro.
EC: No acabo de pillarte la idea. Mi impresión es de mucho cague y aunque no llego al extremo del amigo Alejandro, la prueba es que aquí estoy charlando con vosotros sobre el tema, no quisiera que me llegara nunca el momento, o al menos que me llegara de forma consciente, mejor es que no me enterase de nada, que siga viviendo de la forma que lo hago, más o menos sin problemas pero sin necesidad tampoco de tener que hablar mucho de esto, y que ese día pues...¡que se retrase!...Lo primero que se retrase ¡je,je!, pero como soy consciente de que no se puede esquivar, que no me entere.
E: Oye por cierto, ya que he sacado el tema yo ¿qué os parece si hacemos una paradita, descansamos, nos comemos el bocata y luego seguimos si tenéis ganas de seguir charlando?
P: Por mí no hay inconveniente, además ya va haciendo hambre.
EC: Por mí tampoco y por Ale seguro que nos lo agradece en el alma.

Y se sentaron. Abajo en la ribera los chopos alargaban sus finos dedos queriendo tocar las nubes, pero éstas permanecían ocultas por una delgada capa de niebla, a modo de tull de bailarina. Se oía el cencerro de unas ovejas que mordisqueaban el pasto, y de vez en cuando el repiqueteo lejano de un pájaro carpintero, poniendo a prueba la resistencia de un poste de telégrafos que dejó hace tiempo de prestar servicio. Alejandro le daba un respiro a sus auriculares y hacia uso de sus mandíbulas lanzando fuertes mordiscos a la textura de un filete empanado, que le estuvo preparando su madre la noche anterior. El resto callaba, concentraban sus fuerzas en degustar sus viandas y chucherías regadas por una bota de vino, que Elías había tenido el detalle de hacerla compañera de viaje.
E: Una cosa, ¿os habéis dado cuenta de que cuando somos jóvenes no nos planteamos nada de lo que veníamos hablando?
A: ¡Ah, pero vais a seguir!
P: Hombre Alejandro, danos tu opinión, tampoco  te va a pasar nada por eso.
A: ¡Ni hablar! Permitidme que me ponga los auriculares, y podéis seguir con vuestra comedura de coco.
EC: Está bien, seguiremos el camino, aunque yo cada vez me siento menos fuerza, no sé yo si llegaré o es preferible que me quede y me recojáis a la vuelta.
E: Venga que ya queda poco. Ahora nos tomamos un cafetito cuando lleguemos a Castañares y ya verás tú como te recuperas.
P: ¿Qué preguntabas Elías?
E: La edad, decía que se nota que ya no pensamos como en nuestra juventud, que estas cosas puede que te marquen según tus propias vivencias, pero no se le echa cuenta, no se profundiza.
P: Ni a esto ni a casi nada. Las preferencias de los veinte años están por encima del bien y del mal, y desde luego discurren por otros senderos muy distintos al que llevamos nosotros ahora.
EC: Seguro, pero ese es otro tema. Vamos a no perdernos. Lo que quiero decir es que llega un momento en nuestra vida, en que comenzamos a pensar cada más en que algún día nos va a tocar a nosotros, y se nos crean una serie de dudas que en otras épocas anteriores ni siquiera te habías planteado.
P: Porque las necesidades son otras. Tenemos establecidas un orden de prioridades en nuestra existencia, dependiendo del momento, y eso nos hace olvidar la más trascendental de todas, aunque bien es cierto que hay quien ni siquiera llega a planteárselo nunca, porque tiene otras más básicas que cubrir y estar en este mundo o en el otro es algo que no le importa demasiado.
EC: Te refieres a los valientes.
P: Me refiero a los indigentes o a las personas desamparadas, para los que la vida significa tan poco, que vivir o morir les resulta indiferente.
E: No iba por ahí el debate que yo escuchaba, claro está; se trata de situar la circunstancia de la mente ante los ojos de personas que llegan a una determinada edad en condiciones normales, y están en perfectas condiciones mentales para poder pensar en ella.
EC: Hombre no cabe duda que podemos considerarnos afortunados porque a pesar de que nos toque reflexionar y pensar sobre asuntos de esta índole, que nos pone los pelos de punta, siempre será mejor que morirse en cualquier rincón hambriento o simplemente de frío. Nuestra vida se alarga y en cierta medida si sabemos situar cada cosa en su sitio, es bonito vivirla.
P: Para nosotros que nos van bien las cosas, pero cuanta y cuanta gente están deseando irse para el otro barrio.
E: Claro, pero será ese tipo de gente que ni siquiera se ha planteado nunca que es la muerte. Pueden haberla conocido por familiares o amigos y estarán tan hartos de pasarlo mal por una u otra causa, que no les importaría dejar de existir.
P: ¿Entramos en capítulo de suicidio o en el instinto de supervivencia?
EC: Ahí puede que esté el término medio. Lo mismo que hay gente capaz de suicidarse ─cosa que no es nada fácil a mi entender─, también hay quienes se agarran a lo que sea con tal de conservar la vida, a pesar de que lo estén pasando mal y sepan que el proceso es irreversible.
P: Porque lo malo de todo esto es cuando te das cuenta que los días no son más que una sucesión de horas, que te van llevando a ese último instante, y que lo único que hacen es estremecer nuestro tiempo, como si estuviésemos en una sala de espera de un especialista.
E: Sólo que en esta ocasión el especialista tiene tanto poder que es capaz de mandarte al otro barrio.
EC: Una especie de sicario.
P: Un asesino.
E: Bueno, bueno, ¡no pasarse eh! Que no se trata de que te liquiden  así por las buenas. Ahí estamos. Cierto es que caemos en esa sala de espera, y que conforme vamos cumpliendo años lo vemos más claro, pero nos agarramos a la familia, los amigos, las costumbres, la vida sana.
P: La tele...
EC: Je, je, je.
E: ¡Lo que sea! El asunto es pensar en ello lo estrictamente necesario, y a ser posible en un ambiente relajado porque como te coja con las defensas bajas entonces dejamos de pertenecer a ese grupo que decía Eme de los seres afortunados, y podríamos pasar a ese otro de los pesimistas o los desaprensivos que aún es peor.
P: Mira Eme ahí tenemos ya Castañares. ¿Qué tal tu lesión?
EC: La verdad es que ni la noto. No hay nada como una buena conversación, para no pensar en lo que tiene uno.
P: Sobre todo cuando la conversación versa sobre un tema, que deja en pañales a cualquier dolencia que pudiésemos tener.
E: Bueno yo he sacado éste porque como lo tenía reciente en la cabeza; lo que pasa es que vosotros os lo habéis tomado con unas ganas, que parecía que lo teníais preparado.
EC: Nosotros si, pero Alejandro, como es nuevo, se ve que le ha cogido de sorpresa. Éste suspende el examen, seguro.
E: Que le vamos a hacer, habrá que darle un poco de cancha a la criatura. Ya lo pillaremos por otro lado: ¡Qué ganas tengo de arrimarme a la boca un café!
EC: Con pastelitos a ser posible.
P: ¡Ya estamos! Que el colesterol mata.
EC: ¡Je,je! Después de lo que llevamos andado, deja que mate. Por si nos llama el especialista, mejor es que nos coja con la barriga llena, no sea que nos lo quite y tengamos un placer menos del que disfrutar.
P. Di que sí, muchacho; además aún nos queda el camino de vuelta, que ese si que es importante hacerlo.
E: Por cierto ¿qué os parece si nos acercamos a ver la catedral, que se comenzó a construir en épocas florecientes de la Iglesia y que nunca llegó a terminarse?
¡Vamos! ─dijeron Prudencio y Emeterio C.
Alejandro ni se enteró de la propuesta y permaneció sentado al lado de un enorme nogal contemplando como pasaba el agua por un antiguo lavadero. El edificio tenía por la parte trasera, con una puerta semiderruida por la que accedieron los tres compañeros de viaje. Alejandro estaba mirando su reloj, que marcaba las seis de la tarde, cuando escuchó un tremendo ruido seguido de una enorme polvareda. Al poco vio gente correr de un lado para otro, con gestos alarmantes y caras desencajadas. Fue preguntando al tiempo que avanzaba hacia el lugar donde se había producido el estruendo y las noticias que recibía no podían ser más desalentadoras: “Ha sido un rayo”, “Unos forasteros” ─ decían algunas mujeres─. “Creo que eran tres” ─decían otras─. “¿Pero que ha pasado? “ ─se preguntaba Alejandro─. “Que se ha venido abajo la catedral” ─decían otros. Alejandro trató de abrirse paso entre el vecindario, pero ya había llegado la Guardia Civil e impedía acercarse al tremendo montón de escombros, en que se había quedado reducido lo que otrora fuese un templo dedicado al culto religioso.