sábado, 23 de abril de 2016

Los que no pasaron el corte (3)


 

SUEÑO PREMONITORIO

A Manolo le encargaron que tenía que partir a un país cercano, para solucionar los problemas amorosos de su amigo Fernando.
—¡Joder Fernando!, de verdad que yo soy la mar de apañao para esto de los sueños y si yo lo he soñado, te aseguro que eso es lo que tenemos que hacer, ya verás como da resultado.
—Pero, no fastidies Manolo – decía Fernando – si hoy con el uso de la interné te puedes plantar en dos segundos en el otro extremo del mundo, ¿cómo nos vamos a meter ahora en un viaje porque tú has tenido un sueño?
—Vamos a ver Fernando; desde donde vivimos lo más cerca que hay en plan de países es Portugal o Marruecos, porque no creo que el ángel que se me ha aparecido, tenga tan mala idea de pensar en países dentro de otro país, porque entonces si que la cagamos. Su pongamos que va por derecho y eliminemos esa posibilidad, así que nos queda o los moros o los del fado. ¿Tú que tal andas de idiomas?
—Hombre, yo de idiomas medio entiendo el portugués fronterizo y estudié hace cuarenta años francés en la escuela.
—O sea, como para andar por esos mundos de Dios. Anda macho y matricúlate en un curso de inglés por correspondencia, aunque sea para poder defendernos al menos en un idioma fiable.
—Manolo, ¿y no será mejor lo de interné?
—¡Que no pesao! Hazme caso que de esta te llevo a la vicaría, por la madre que me parió.
—Está bien.

Y así fue como Fernando se matriculó en un curso de inglés rápido, en una academia de altar alcurnia dejándose las cejas y los cuartos en el empeño. Allí conoció a Paula que era ya veterana en esto de los idiomas.
—Fernando ¿tú has probado a colocarte los auriculares al revés? Es que me parece muy extraño que te enteres a medias de la clase, cuando yo a los tres días le tenía pillado a esto la gracia y no soy yo precisamente muy espabilada con los estudios – decía la muchacha al incrédulo Fernando.
—Déjate de cachondeo que me estoy dejando aquí un riñón y no consigo pasar de la lección séptima por más empeño que le pongo. Además, si tan fácil te resultó ¿cómo es que llevas ya tres meses en un Curso que es fácil, rápido y cómodo? – contestaba Fernando en un tono de complicidad.
—Hombre, porque he pasado al segundo nivel. Es que la otra vez que estuve en London, me di cuenta que me hacía falta más formación y este verano quiero ir por allí como si estuviera en mi casa. Por cierto ¿porqué no te animas y nos pegamos unas buenas vacaciones?
—No está mal la idea, pero ando flojillo de pasta y creo que la Academia me va a ayudar a desfondarme del todo. El curro no da mucho de sí y además como practico también el yoga, gimnasia de mantenimiento y el baile de salón, te pones a sumar y al final de mes, una pasta, no creas. De todas formas lo que sí podríamos hacer es pegarnos un fin de semana por algún sitio más cerquita, a mí me gusta mucho el mar y si te parece...
—¡De acuerdo! A  mí me vendría bien a principio de mes que es cuando menos trabajo tengo, pero de todas formas piénsate lo de las vacaciones inglesas, aún queda tiempo y puede ser que para entonces haya mejorado tu economía ¿vale?
—Lo intentaré Paula.

Para Manolo el asunto de Paula no era más que el sueño de una noche de verano, un capricho, eso no tenía futuro y Fernando iba a continuar siendo un solitario por mucho viaje y mucho inglés que practicase con la muchacha. Había que ir a Portugal o Marruecos, allí estaba la solución a los problemas de su amigo.
—Fernando, creo yo que con el inglés que sabes ya es suficiente para no ir muy despistado por ahí, además sea Portugal o sea Marruecos en ninguno de los dos sitios es la lengua oficial, así que había que ir decidiéndose ya por uno de los dos para poner la mente en la cultura y el idioma de ese sitio y no complicarnos la vida demasiado – decía Manolo -.
—Tú si que me estás complicando a mí la vida. Déjate de zarandajas que Paula estoy más que convencido que más tarde o más temprano va a caer en mis brazos. Se le ve en la cara ¿o es que no te das cuenta? – respondía Fernando.
—Quiyo, tu puedes hacer lo que quieras. Si a ti te gusta sigue con ella, yo lo único que quiero hacer es ayudarte y a mí eso de los sueños premonitorios me ha dado siempre muy buena espina, sino ya ves ahí tienes a mi mujer, y eso fue de un sueño que tuve.
—¡Tu mujer es una santa Manolo! Lo que yo no sé es como tiene paciencia para aguantarte, que era más cansino que una mosca cojonera; vamos a dejar pasar un tiempo a ver si Paula termina por decidirse.

Pero a Paula no le dio tiempo a decidirse, al poco tiempo Manolo volvía a la carga con Fernando. En esta ocasión logró convencerlo para que se sacase el carné de conducir, a ver como se iban a desplazar por Portugal o Marruecos conduciendo él todo el rato, como si fuese el chofer del señorito, encima de  que le iba a resolver de una vez por todas sus carencias sentimentales. La autoescuela unida a la tríada de ocupaciones vespertinas le hacía no disponer del tiempo suficiente para ocuparse del amor de la muchacha. El fin de semana en la playa no acababa de llegar nunca. Y así poco a poco de una manera que no era ni buena ni mala, Fernando se olvidó de Paula como si nada hubiese ocurrido entre ellos. Además en la autoescuela intimó con una rubia que estaba como para comérsela despacito – según decían todos los alumnos y parte del profesorado -.
—Silvia ¿cuándo te presentas a la práctica?  - le dijo acurrucado a ella -.
—Hombre, a mí me gustaría el quince, pero el profe parece que no lo tiene muy claro con los semáforos, y me echa unas bullas tremendas, porque dice que confundo los colores o yo que sé – contestaba ella derretidita de calores -.
—Pues yo creo que de ésta me llevo el teórico por delante y para el mes que viene estoy ya con el coche, aunque a eso no le tengo mucho miedo porque yo en realidad sé conducir, lo que me faltaban son los papales para legalizar el asunto.
—¡Ya! Yo en cambio veo el volante y me entran temblores. Luego, ya me sereno pero es que ese profesor tiene menos paciencia que todas las cosas. Pero bueno, no me importa el tiempo; al fin y al cabo mi paso por la autoescuela ha tenido su lado positivo; esto me ha servido para encontrarte.
—No me digas esas cosas que se me suben los colores, rubita mía, yo lo que quiero es tener pronto el carné para que podamos irnos por ahí a donde nos apetezca y cuando tengamos ganas; que les den morcilla al tren y al autobús y el avión si hiciera falta. Tú, yo y un pedazo de coche a la altura de ese cuerpo, que nada más de pensarlo, me pongo que no me aguanto.
—Bueno, vale, no te lances que hay niños delante.
Aquello era el paraíso. Ni Paula había pasado por su vida, ni tenía un amigo que se llamaba Manolo, ni había necesidad alguna de hacer viajes para solteros. A Fernando todo se le puso de cara y estaba viviendo unos días que no había quien lo conociera. En Silvia había encontrado, al fin, la solución a su peregrinaje, ya no necesitaba calmar su sed, vivía nada más que pensando en ella, que además le daba todo cuanto quería. Se les veía por la calle y era difícil saber quien era el uno y quien el otro, parecía un único ser verdadero que se desplazaba sobre cuatro piernas. Pero Fernando nunca se había puesto a calcular hasta donde llegaba la tenacidad de su amigo, ignoraba como es una persona cuando tiene una idea fija en la cabeza y piensa además que es la salvación de tu alma y el bienestar para tu cuerpo. Si de Paula nunca más se supo con el trasiego del inglés a la autoescuela empezó a darle tanta tabarra a Fernando, y a cuestionar tanto a Silvia que al final el asunto del viaje al país cercano salió adelante y la rubia se quedó en la autoescuela pegada al volante.
—Que conste que lo haga en razón de mi amistad y por probar el coche, además unos días de descanso en el extranjero nunca vienen mal. – Trataba de justificarse Fernando -.
—¡Venga ya! Tú verás como a la vuelta vienes hecho otro hombre, las portuguesas con muy apasionadas y yo lo he visto claro en el sueño: será en un bar de copas y a la luz de las velas.
Así fue, en un bar de copas y a la luz de las velas y en el extranjero – un país cercano -, todo tal y como Manolo siempre le había dicho a Fernando. Todo rodeado de un halo sentimental que se podía mascar. Y todo después de mucho darle vueltas y de mucho madurarlo durante mucho tiempo. En realidad siempre se habían querido y siempre se habían deseado el uno al otro, pero la vida para personas como ellos nunca fue fácil y nadie se lo puso tan en bandeja como ahora lo tenían, por eso volvieron del viaje con la cabeza muy alta y una sonrisa en sus rostros que enterraba definitivamente penosos años de silencio.

miércoles, 6 de abril de 2016

De ida y vuelta


Los tres amigos paseaban por la orilla del río, cuando llegó a sus oídos el sonido tenue de una cohetería que anunciaba, bien a las claras, que allí se festejaba algo. El primero en abrir la boca fue Armando que, hasta ese momento no, había estado demasiado dicharachero que digamos: «¿Y esos cohetes? ¿Qué celebramos hoy? Mari Pepa no tardó en contestarle: «¡Hombre, Armando, parece mentira…! La fiesta sevillista, que la tenemos ahí, en la Cartuja». «¡Uy! Es verdad, qué cabeza la mía, como el partido fue ayer, pensé que ya habría pasado todo.» Los cohetes abrían el claroscuro del cielo como una flecha endiablada, que se rompía en mil pedazos. Una vez alcanzado su objetivo, brotaba una cascada luminosa de la que surgían otras más pequeñas, que a su vez también estallaban. Como además se reflejaban en el cristal del río, el espectáculo terminaba siendo muy atractivo. Julia reclamaba su parte de protagonismo en el evento, haciendo alusión a que su equipo ―el Betis―, también había tenido momentos de gloria, pero al instante fue replicada por su amiga, que le insistía en que habían sido tres títulos en una misma temporada, y eso solo estaba al alcance de los grandes como el Madrid y el Barcelona. Armando trataba de hacerles ver que eso se debía, ni más ni menos, a la importancia que estaba tomando esta ciudad que, de un tiempo a esta parte, se estaba poniendo a un nivel difícil de superar.
Así comienza esta historia que se desarrolla en el relato De ida y vuelta y que conforma el sexto aporte del libro Una parada obligatoria.