martes, 16 de junio de 2015

La rebelión


Los pájaros habían decidido que lo mejor era esperar al anochecer, cuando ya todos estuvieran acostados, para sorprenderlos mientras dormían porque, en conjunto y despiertos, sería difícil llevar adelante el plan.

La señora Abubilla, que de eso entendía bastante, había descubierto que por la chimenea se podía acceder al interior del cobertizo, ya que ellos siempre tenían la precaución de no dejar ni gota de brasas, así que no había peligro. El señor Mirlo no las tenía todas consigo, pero tampoco quería ser el agorero del grupo. Al fin y al cabo, si todos pensaban como la abubilla... ¡adelante! El plan tenía que salir bien, que para eso lo habían estudiado hasta el último detalle. Sigilosamente, se fueron deslizando todos los pájaros por el interior de la chimenea, siguiendo a la intrépida Abubilla: en el comedor no había nadie, ni se escuchaban ruidos sospechosos que pudieran poner en peligro la operación anillamiento, como la había bautizado el señor Martín. Solo podían verse, en lo alto de la mesa, los restos de la cena del día anterior, unas cuantas latas de cervezas vacías, y otras de refrescos.
Hasta aquí una pequeña muestra de este relato, incluido en Una parada obligatoria, que dedico a la gente de Andalus, por tantos fines de semana de aprendizaje en la Sierra de Aracena y Picos de Aroche.