AQUELLA NOCHE
La
estancia es una azotea sin vistas al mar, pero con un grúa amarilla en forma de
cruz, a la que corona una alegre bandera con los colores de Andalucía. En una
antena cercana una pareja de tordos lanza agudos pitidos, y como fondo lejano
resuena el ronroneo del tráfico.
—Yo te
puedo decir que fue una puta la primera mujer que intentó que tuviese una
eyaculación. Los nervios me traicionaron y aunque se daban todas las
condiciones para que me hubiese corrido en un santiamén, aquello duraba tanto
que la mujer no tuvo más remedio que confesar, que iba a terminar por hacer que
se corriese ella antes que yo – decía el hombre.
—Cosa
bastante difícil por dos motivos: primero por tratarse de una fulana y luego,
porque las mujeres necesitamos algo más que un hombre encima para tener un
orgasmo –dijo la hermana.
—Sí, ya sé
está lo del amor, las caricias y todo eso pero como a los hombres (al menos los
aspirantes a serlo), tan sólo nos basta con una hembra medioqué, yo creía que aquello
era coser y cantar, luego del esfuerzo que me costó conseguir la pasta, que esa
es otra, pero en fin no es el tema. El asunto es que aquella mujer marcó un
tanto mi camino sexual, y nunca me la he podido quitar de la cabeza.
—Bueno,
eso es debido –intervino la profesional– a que en nuestra juventud, que es
cuando aparecen estas necesidades, igual que pasa con la niñez con otros
asuntos, se nos marcan determinados momentos en nuestro cerebro, que luego
pasado el tiempo vuelven a aparecer cuando se dan las circunstancias de cierto
paralelismo sincrónico.
—Pero
Freud dice que ya desde chiquitito tenemos tendencia a toquetear los órganos
genitales ajenos –interrumpió el amigo- . ¿Cómo dices que es en la juventud,
cuando aparece esa necesidad?
—Bueno
Freud decía algo parecido a eso con relación a la sexualidad, pero yo considero
que hasta que no se alcanza el orgasmo, no podemos estar hablando de unas
relaciones sexuales plenas. Digamos que en la infancia se van marcando las
pautas de lo que luego podemos conseguir de adolescentes.
—Tampoco
creo que se pueda considerar al orgasmo como unas relaciones sexuales plenas,
si no lo acompañamos de una serie de conductas que va desde una simple
caricia... –interrumpió el amigo.
—Bueno,
quizás no me he expresado bien. He querido decir el primer orgasmo, que es de
lo que estamos hablando, por supuesto que las relaciones sexuales plenas van
mucho más allá de eso, perdón por el lapsus –continuó la profesional.
—Retomando
a lo que íbamos –decía la hermana-, por mi parte tengo que decir que yo buscaba
la presencia de un chico, aprovechando los bailes en el club y notaba
claramente que me mojaba al son de Venecia sin ti y cosas por el estilo,
pero la primera relación sexual de verdad es que tardó en venir, porque las
mujeres una vez más, somos distintas a los hombres y no nos resulta fácil
acostarnos (por decir algo que se entienda), con alguien que no nos gusta,
esperamos más romanticismo en la acción, tal vez llevamos implícitas el miedo a
ser las perdedoras en caso de que algo salga mal, o tal vez nuestras madres nos
lavaban demasiado el coco con los asuntos de los embarazos y cosas por el
estilo. El asunto es que cuando yo me encontré con todo a mi favor para tener
una primera relación sexual, parecía que estaba viviendo una película y que no
podía salirme del guión, porque yo era la protagonista femenina, así que me
tocó refregarme por las esquinas con la pasión supliendo el miedo, sin un coche
que llevarme a la boca, porque en aquellos tiempos íbamos de pobres y con la historia
que nos marcábamos de la puntita nada más, cada vez iba notando que el pene
entraba un milímetro más, pero yo notaba algo por todo mi cuerpo que si no era
orgasmo, a mí me lo parecía según la experiencia posterior.
—Una
corrida a cuentagotas, podemos decir –dijo el hombre.
—Puede
ser. Con el paso del tiempo se consigue unas mejores condiciones y el asunto se
puede tratar de forma más relajada echándole, todo lo que hay que echarle –dijo
la hermana.
— ¿Qué es?
–preguntó el amigo.
—Hombre,
me refiero a marcar bien los tiempos y que las mujeres consigamos disfrutar del
acto en si, y que no sea sólo el hombre el que termina la faena. De todas
formas todo depende de la suerte que a cada cual le toca, es muy distinto que
tú consigas una pareja estable a que no lo tengas. Con tu pareja te podrá ir
mejor o peor, pero al menos siempre cabe la posibilidad de intentar ir
mejorando las cosas poco a poco, en cambio si lo que tienes son relaciones
esporádicas, por muchas ganas que tengas de follar, va a depender de cómo te
entiendas con la otra persona –dijo la hermana.
— ¿Y
cuando tienes la pareja estable y notas que no consigues que ella disfrute de
verdad? -preguntó el amigo.
—Que es un
caso muy corriente que le sucede a la mayoría de las mujeres, sino durante toda
su vida, al menos durante una buena parte de ella, lo que pasa es que se
callan, lo sufren en silencio y ya está. Pero eso más tarde o más temprano
puede terminar pasando factura y al final llegan las separaciones, porque en
una pareja donde el sexo no funciona, difícil es sacarla adelante. En otros
tiempos las mujeres callaban y con que el hombre se corriera de vez en cuando,
asunto solucionado, pero hoy día las cosas son muy distintas, la mujer es más
independiente, tiene tanto derecho como él a pasarlo bien en las relaciones
sexuales y por tanto exige –dijo la hermana.
—Pero,
digo yo ¿Por qué tiene que haber tanta parafernalia en torno al sexo? ¿Por qué
no se puede echar un polvo con alguien que te guste y ya está? -dijo el hombre.
— ¡Si
vamos, y luego si te vi no me acuerdo! ¡No hombre, no! Tiene que haber algo
más, digo yo, primero para llegar a echar ese polvo y luego que tiene que haber
una continuidad, no somos animales. La normal es que algo quede tras un polvo,
sino estaríamos hablando de lo que tú has contado de tu primera relación
sexual: uno que va a disfrutar y otra que se abre de patas para ganarse unos
euros -dijo la hermana.
—Bueno.
Vamos a ver –interrumpió la profesional-. La sociedad marca mucho y aunque
tengamos instintos animales básicos por los cuales nos protegemos, comemos,
dormimos y demás, de la misma forma buscamos a nuestra parte antagónica. Pero
claro, nos encontramos con el medio que nos rodea, que nos marca unas normas y
nos dice que para llegar a mantener unas relaciones sexuales plenas, es
necesario cubrir una serie de etapas, llámense noviazgo, flirteo o como
queramos llamarlas y todo porque eso es lo que hay a nuestro alrededor, lo que
nos han hecho ver nuestros antepasados, nuestra cultura occidental; en otras
partes las cosas funcionan de otro modo, pero en todos lados hay normas básicas
de comportamiento que los integrantes de esas culturas respetan.
—O no
–dijo el amigo.
—Sí, pero
entonces ya estaríamos hablando de otra cosa, no de sexo –dijo la profesional.
—Muy bien,
pero lo que yo quiero decir es que este asunto del folleteo tendría que ser más
fácil, algo semejante a lo que tú has dicho: comemos, dormimos, nos protegemos.
Todos cumplimos esas funciones y no hay problemas, en cambio para follar –dijo
el hombre.
—¡Claro
bonito! Porque es ese último caso tienes que contar también con la otra
persona, para lo demás puedes bastarte por ti solito, pero para follar como no
te hagas un solitario, ya me dirás –dijo la hermana.
—Puede ser
que la Madre Naturaleza tenga previsto ese detalle, y como anda por medio el
asunto de la perpetuación de la especie, éste extremo del sexo lo cuide más.
Quiero dar un giro a lo que estamos hablando, que por otra parte me parece muy
interesante aunque yo intervenga poco, pero vamos estoy con los ojos como la
lechuza: sin pestañear. En fin digo que quiero retomar el asunto por el
principio, para que tampoco nos perdamos demasiado; yo voy a contar no tanto mi
primera vez, ya que no aportaría nada nuevo a lo que hasta ahora se ha dicho...
–dijo el amigo.
—Eso no
importa, cuenta lo que quieras –cortó el hombre-, pero empieza por decirnos
como te lo montaste la primera vez, que yo lo he dicho y quiero saber como os
ha ido a los demás.
—Está
bien, digo que no es nada nuevo porque igual que tú, acudí a una casa de citas
y tuve una eyaculación normal, sin demasiados adornos porque la profesional lo
tenía todo previsto y en veinte minutos le dio tiempo a hacerme un pack que
incluía lavado, peinado y secado. Lo único que recuerdo bien de aquel momento
es que disfruté poco, se me quedó grabado la toallita con la que se protegió
parte de su anatomía para que no la manchase demasiado, tal vez pensaba que yo
sería un torrente expeledor de semen o algo por el estilo, porque vamos con un
lavaíto posterior hubiera quedado de lujo. ¡Ah!, también guardo como recuerdo
el cigarro que le tuve que pedir a la portera, para quitarme un poco los
nervios del momento –dijo el amigo.
—Cuéntanos
lo que pretendías antes que te cortara este entrometido –dijo la hermana.
—¡Oye!
¡Que yo sólo...!
—Es broma,
hombre. Relájate y disfruta del sonido de las campanas –dijo la hermana.
—Venga,
sigo antes de que os enredéis con otras cosas. Decía que lo que pretendo
aportar a esta reunión es un nuevo matiz. Me explico: Yo había tenido mi primera
vez en esa casa de citas, me había casado y sin embargo creo que las relaciones
plenas (esas que estamos nombrando de vez en cuando), no me surgieron hasta que
conocí a una persona de la cual no llegué a enamorarme, pero que me dejé llevar
por el instinto carnal puro y duro. Supongo que el matrimonio no habría
satisfecho mis necesidades sexuales, o es que siempre queremos más de lo que
tenemos o es que me cogió en un momento débil o yo que sé. Aquello duró un
tiempo al más puro estilo pasional, sin que casi nadie supiera nada (salvo los
compinches) y con un olor a cuerno quemado que mi mujer a punto estuvo de
descubrirlo todo, o tal vez lo descubrió y se lo guardó para sus adentros. La
pasión (me resisto a llamarlo amor), estuvo rodeada de un halo misterioso que
la hacían atractiva: fingíamos ante los demás, nos veíamos en el piso de una
compinche y dejábamos pistas para evitar ser descubiertos. Eso en lo
concerniente al montaje externo, luego centrándonos en lo puramente amoroso,
nos entregamos tanto, que por fuerza las relaciones eran placenteras para los
dos; sin llegar a extravagancias, buscamos la mejor forma de pasarlo bien. Hoy
día, después de mucho tiempo, todavía no sé porqué terminó la relación, porque
en el fondo no hubo nada que la hiciese desaparecer. En fin, resumiendo, aquí
creo que se da un ejemplo típico de buscar fuera lo que no tienes dentro,
aunque tal vez lo más correcto hubiese sido romper en lugar de ocultar nada
–relató el amigo.
—Has
tardado en hablar, pero te has explayado a base de bien, ¿eh caballa?, y además
has tocado un tema peliagudo: la infidelidad. Ahí es nada. ¿Por qué somos
infieles? ¿Qué es la infidelidad? ¿Por qué no puedes follar con una hembra que
te atrae? Ya sé lo que vais a decir, pero antes dejad que os cuente lo que yo
pienso, luego dadme vuestra opinión -intervino el hombre-. No se trata de andar
por ahí agarrando todo lo que te gusta (eso lo hacían los primitivos), voy al
caso de la atracción mutua, donde se dan condiciones para que te puedas ir a la
cama con alguien. No me refiero a condiciones de estar soltero, separado o sin
pareja. Ahí no hay dudas, si hay atracción a disfrutar de la vida, no te joe.
Voy al caso que acabas de presentar donde uno de los dos, o los dos están
emparejados, y aunque deseen follarse uno al otro, se reprimen porque hay una
traba moral, burocrática o no sé como llamarla...
—Llámala
social –dijo la profesional.
—Como
quieras, social, lo cierto es que si nos acostumbrásemos a que echar un polvo
es tan normal como tomarse un café o ir al cine con un amigo, las cosas las
veríamos de otra forma.
—Bueno,
son normales hasta cierto punto; vivimos en una sociedad (repito) y está
montada bajo esas premisas. Si bien es cierto que habría que desmitificar el
hecho de mantener unas relaciones sexuales, también lo es que no es lo mismo en
todas las circunstancias. La infidelidad (que existe como tal aunque lo no
creas), surge porque no estamos satisfechos con nuestra pareja, lo cual no
quiere decir que no la queramos o que no nos sintamos unidos a ella, o que
tengamos ganas de cambiar de aires. Vamos al terreno sexual propiamente dicho,
y ahí se da la infidelidad porque necesitamos más, porque el atractivo sexual
es poderoso y tal vez porque estén cambiando algunas cosas y estemos dejando de
considerarla como insalvable, aunque bien es cierto que hemos sido infieles a
lo largo de toda nuestra Historia Natural, que no es nada nuevo y que depende
del concepto que cada cual tenga de la misma. Tú mismo tienes dudas, si la
pareja lo tiene claro y está por la labor, pueden darse relaciones
extramatrimoniales (por llamarlas de alguna manera) consentidas, en cuyo caso
no estaríamos hablando de infidelidad aunque esa misma circunstancia en otra
pareja puede serlo simplemente porque falta el consentimiento. Lo que ocurre es
que esto en el fondo no suele funcionar (ahí tenemos las comunas), porque
además de los afectivos, nos creamos otra serie de ataduras: hijos, vivienda,
proyectos de vida, que son los que al final desequilibran la balanza y hacen
que nos mantengamos fieles a nuestra pareja.
—Hermanito -intervino la hermana-, eres demasiado
brutote en algunos aspectos. No puedes pretender ir manteniendo relaciones
sexuales como el que hace churros. Siempre se crean vínculos con la persona, y
aunque a todos nos gustan los hombres o las mujeres en general, hay que
respetarse y beberse algunas ganas sino es que no habría forma de sacar nada
adelante. Yo voy al caso de hemos comentado de romper antes de entablar otra
relación: a mi me parece lo más correcto. Así no se engaña a nadie, ni nadie
puede sentirse traicionado, que creo que es lo que más duele en el fondo. Otra
cosa es como se lleve la situación, y las secuelas que puede ocasionar una
ruptura, pero es que engañar me parece tan deshonroso, tan barriobajero.
—Yo que he
sacado el tema, puedo decir que no me siento culpable de nada, tampoco me dejé
llevar por ninguna moda del momento, ni tan siquiera fue un flechazo que me
hiciera entrar en un estado catatónico, que me llevara inevitablemente a vivir
con mi amada o morir. No era ninguna de esas situaciones las que yo sentí. Fue
un dejarse llevar por un impulso más primitivo que todas esas cosas, donde me
invadió una sensación de bienestar extraña, porque me encontraba a gusto con mi
pareja, pero sentirme en ese momento con la posibilidad de estar con otra mujer
por el mero hecho de ser yo un hombre, me llenaba de un orgullo que seguramente
se me notaría en la cara -dijo el amigo.
—Posiblemente
porque en tu juventud nunca se te presentó una ocasión semejante – dijo la hermana.
—O porque
no lo supiste aprovechar –dijo el hombre.
—O porque
con ninguno de los ligues que tuve llegué nunca a tener relaciones sexuales.
Cuatro besos y algún que otro pellizco en sitio impúdico.
—Que es
como se empieza, o mejor dicho, se continúa con una adecuada formación sexual,
lo que pasa que hay quien cubre las etapas más rápido y quien necesita más
tiempo, porque cada cual tiene su propia mecánica -dijo la profesional-. Y a ti
como a la mayoría de la gente, te cogió ese momento que nos cuentas en una
situación de marido formal, cuando lo suyo tal vez hubiese sido, que antes de
ese momento hubieses quemado etapas de relaciones sexuales como las que
relatas. O sea, para que sepamos de que va esto, lo normal y lógico es que
todos hubiésemos probado sin tapujos, que significan unas relaciones sexuales,
pero insisto, vivimos en una sociedad que nos exige unas pautas de
comportamiento, eso quiere decir que a determinada edad se nos permite
flirtearnos por los bancos de los jardines, a otra se no nos va pidiendo que
pasemos por la vicaría, o al menos que formalicemos nuestras relaciones, y a
otra que nos separemos y volvamos a formalizar nuestras relaciones, y no se
pase usted de listo porque entonces nos empiezan a mirar por encima del hombro.
— ¿Qué quieres
decir, que hay que separarse por narices? -dijo la hermana.
—¡No! No
se trata de eso, digo que en el terreno sexual una vez dentro de la etapa de
pareja, si se diese el caso del que estamos hablando, la sociedad nos exige la
ruptura y la formalización de una nueva pareja -aclaró la profesional.
—¡Ya! Pero
eso de los cuernos ha existido de toda la vida y nadie se ha metido en la vida
del otro para enmendarle la plana -dijo
el hombre.
—Si pero
no está bien visto y si no de forma directa, de forma indirecta te hacen ver
que algo no estás haciendo según las normas establecidas. Hay quien lo sabe y
disimula y quien se convierte en un pasota que hasta presume de sus conquistas,
al fin y al cabo hasta para esto necesitamos de los demás -dijo la profesional.
—Ahora te
toca a ti contarnos como fueron tus principios. Me come la curiosidad por saber
como empezó a formarse alguien que a la larga termina por convertirse en
profesional de la cosa -dijo la hermana.
—No te
esperes nada extraordinario, no dejo de ser una mujer como la mayoría, sólo que
la vida me llevó a ganarme el pan con asuntos relacionados con el sexo y sus
distintas variantes. Me podía haber dado por las separaciones matrimoniales o
los problemas de la infancia o yo que sé cuantas otras facetas y en cambio, un
buen día monté la consulta y ahí estoy ganándome la vida, tratando de ayudar a
los demás a que sean felices en sus relaciones sexuales -dijo la profesional.
—Que no es
mala cosa –cortó el hombre.
—Pero
sigue con lo que ibas a contar -dijo el amigo.
—Si,
perdona por mi interrupción -dijo el
hombre.
—Bueno, lo
que todos queréis escuchar en cierta forma coincide con alguna de las
exposiciones anteriores y aunque es una situación menos frecuente, como vais a
ver también se da en el mundo de la sexualidad. Yo fui de las que se casaron a
temprana edad, porque tenía que cambiar de domicilio para conseguir mi
independencia, y consideré que esa era la mejor forma. Me casé tan rápida y de
tan mala manera, que al año siguiente ya me había separado, aquello fue un
fracaso en el terreno sentimental. En lo puramente sexual, la verdad es que yo
no sentía nada, por inexperiencia tanto mía como de mi pareja, y entre que él
se corría antes de tiempo y que yo no encontraba la postura adecuada, aquella
experiencia pasó sin pena ni gloria. Había tenido las poluciones lógicas de los
sueños eróticos, me había masturbado casi sin saber que estaba haciendo y me
había estado instruyendo todo lo que pude entre otras cosas porque lo
necesitaba para mi trabajo. Al tener otra pareja con la que convivía, no se
porqué me dio el punto y pensé que le tenía que echar más morbo a las
relaciones, y buscar ese punto de inflexión al que no llegaba. ¿Y que hice? Me
eché un ligue al margen de mi pareja y por supuesto sin que él supiese nada.
Fue esporádico, pasional y sin amor, pero justo lo que necesitaba para que esas
relaciones plenas llegasen.
—¿Pero no
habíamos quedado que las relaciones sexuales plenas van acompañadas de otras
cosas? -cortó la hermana.
—Bueno, en
este caso yo lo sustituí todo por el morbo que me daba saber que me iba a
acostar con un tío que estaba como un tren. La experiencia no pudo ser mejor
porque esa noche me enteré de verdad lo que puede sentir una mujer en manos del
hombre adecuado. Nos compenetramos, nos comimos literalmente y llegué a perder
la cuenta de las veces que me corrí. Un sueño para toda mujer que se
precie -dijo la profesional.
—Parece
algo extraño que luego de dos relaciones, nos cuentes como tu primera corrida
esa relación ocasional -dijo el amigo.
—Así es,
pero las mujeres funcionamos de otra forma, ya te lo dije antes; vosotros más
mal que bien os fuisteis a la casa de citas y conseguisteis echar un polvo sin
más argumentos que las ganas de echarlo, pero nosotras somos otra cosa. Yo no
conseguía sentirme bien porque mis amantes carecían de experiencia y no
controlaban la situación, una vez que eyaculaban (todos lo sabéis), era difícil
por no decir imposible continuar intentando nada; cuando se dieron las premisas
adecuadas, el asunto funcionó y yo me encontré con el descubrimiento del
sexo -dijo la profesional.
Ahora nos
encontramos en una habitación con un sofá de tres plazas y dos butacas
adicionales. Por la cristalera de la ventana se ve la pared del bloque de
enfrente. Una mesa, una librería y un armario empotrado completan el cuadro.
Suena una música de guitarra en una habitación contigua.
—Bien,
hasta aquí creo que nos hemos contado los unos a los otros ese difícil trance
de la primera vez, del descubrimiento de verdad de lo que son unas relaciones
sexuales. Otra cosa es la suerte que cada cual pueda haber tenido, de
mantenerlas o no y las distintas vicisitudes por las que haya pasado hasta
encontrarse en la situación actual, pero a mí me gustaría que nos abriésemos
mentalmente y fuésemos capaces de exponer aquel momento o aquella relación de
la que guardamos un mejor recuerdo, porque pensemos que fue nuestro culmen,
nuestro clímax, en fin el no va más, ¿de acuerdo? – dijo la hermana.
—¡De
acuerdo hermanita, por mi no hay inconveniente! -dijo el hombre.
—Ni por
mi continuó el amigo.
—Adelante,
esto se está poniendo cada vez más interesante -dijo la profesional.
—Está
bien, como yo he sido la promotora, empezaré por exponer mi punto de vista al
respecto: sin duda cada cual tiene su propia vida y es difícil que se den dos
situaciones iguales, porque lo que para cualquiera de vosotros puede resultar
el no va más en las relaciones sexuales, a lo mejor para mi no lo es, pero
vamos tampoco nos vamos a poner ahora a definir que se entiende por clímax o
situación insuperable, me voy a centrar en contaros lo que para mí fue lo
mejor, porque es lo que recuerdo una vez pasado el tiempo que como siempre es
el que pone las cosas en su sitio. Conocí, ya en plena madurez y luego de haber
pasado por unas cuantas relaciones a una persona que estaba a punto de
separarse, como me atraía físicamente obvié cualquier otro tipo de
vinculaciones y me dediqué a él con ilusión. Mi cabeza nunca ha dado para
relaciones duraderas por lo que tampoco me compliqué demasiado. Me centré en
sus ganas de tener una mujer entre sus manos y las mías para poseerlo. La
experiencia acumulada por las dos partes fue suficiente para alcanzar momentos
de gloria que nunca antes había sentido, y lo que es más importante, nunca más
sentí hasta ahora, por lo tanto puedo decir sin temor a equivocarme que fue el
momento más dulce de mi vida sexual –dijo la hermana.
—¿Pero
seguro que no habría algo más que las ganas de mantener unas relaciones
sexuales? -dijo la profesional.
—Sí, claro
que había algo más, la necesidad de tener a otra persona a tu lado, un
compañero con el que compartir tu vida. Como digo he sido muy cabeza loca y
nunca fui capaz de formar una familia, pongo por caso.
—Ahí puede
estar tal vez ese recuerdo inolvidable que mantienes de esa relación -dijo la
profesional.
—Yo en
cambio -cortó el hombre-, acabo de tener
como quien dice mi momento dulce. Hace dos días que he estado en la cama con
una rubia multiorgásmica, ¡una maravilla!
—Ya será
menos –dijo el amigo.
—No te
exagero, eh, de un cuerpo digno de elogio para las edades que barajamos, esta
mujer se mueve en la cama buscando siempre la mejor postura y es capaz de
correrse una y otra vez sin decaer en su ímpetu
-decía el hombre.
—¿Y cómo
consigues tú no eyacular? -preguntó el
amigo.
—Con la
mente -dijo la hermana.
—¡Exacto
hermanita! Con la mente, tú lo has dicho. A pesar de que no ceso en mi
actividad para mantenerla tiesa, procuro distraer la mente y dejar que ella
disfrute, se mueva, se toque sin cesar el clítoris y ruja como una fiera. De
verdad que es todo un espectáculo verla actuar. Os puedo asegurar que de esta
forma consigo encontrarme en mis momentos más esplendorosos. Me enorgullezco de
hacerla disfrutar, hay veces que no necesito llegar a eyacular para sentirme satisfecho
y ya sabemos que el hombre tiene en ese punto su momento más delicioso, pero
luego de no sé cuanto tiempo, manteniendo un metesaca continuo, dándole por
delante, por detrás, de lado, boca arriba, boca abajo y que sé yo de cuantas
otras formas, a uno se le van pasando las ganas de correrse a gusto continuó el
hombre.
—Porque
estás manteniendo una eyaculación por tiempos
-dijo la profesional.
—Yo no sé
si es por tiempos o como será, lo que si sé es que cuando acabamos, nos
sentimos como si hubiésemos subido al pico más alto del Universo.
—En fin, a
mi me parece un poco exagerado, lo digo como hombre, tal vez has tenido suerte
y has dado con una persona que se compenetra adecuadamente contigo, porque eso
es lo que yo creo que se trata al fin y al cabo. La pareja tiene que
compenetrarse y encontrarse mutuamente los puntos adecuados para pasarlo bien
-dijo el amigo.
—Así es,
ya lo hemos comentado anteriormente -apuntó la profesional.
—Ahora voy
a contar yo... ¿Puedo verdad? -interrogó
el amigo.
—Sí, si
¿cómo no? -dijo la profesional.
—Bien, yo
no soy tan eufórico como tu hermano, pero si que guardo un buen recuerdo de una
relación que me llegó (tal vez por eso guardo un buen recuerdo), en un momento
que estaba muy necesitado. Hacía tiempo que no echaba un polvo como Díos manda,
y aquella mujer en cierta forma me atraía. Nos conocíamos de hace tiempo,
salíamos en el mismo grupo y aunque ninguno de los dos éramos dos niños, en
esta ocasión nos comportamos como tales y quizás por eso la cosa salió tan bien
desde mi punto de vista (desde el suyo tengo algunas dudas). Era en una fiesta
fin de año, todo el mundo bailando, dando saltos, en un momento en que cambia
el disco y que cada cual se empareja para bailar una pieza de las de antes, de
baile agarrao, nos quedamos los dos sentados, en una escalón del local donde
celebrábamos la entrada de año. Nos miramos, nos hicimos un gesto y a los
veinte minutos estábamos los dos en mi apartamento comiéndonos la boca -dijo el
amigo.
—¿Y algo
más? -cortó el hombre.
—¡Déjalo
que siga! -riñó la hermana.
—¡Si
claro! Y algo más. Mucho más, nunca creí que se pudiese pasar tan bien con una
mujer. Y es curioso que dos personas que se conocían desde hace tiempo, que nos
hemos visto en tantas situaciones distintas, y que nunca nos habíamos cruzado
dos palabras íntimas, nos encontrásemos en poco tiempo follando como si nos
conociésemos de toda la vida -continuó el amigo.
—¡Claro!
Si eso es lo que yo digo. ¿Para qué tanta historia? Tiene que ser algo más
directo, menos embrollado -dijo el hombre.
—¡Que no
hermanito! Que yo no me voy a la cama con cualquiera, ni aún en este caso se
trata de un aquí te pillo aquí te mato. Ellos dos se conocían de hace tiempo,
había algo en sus mentes que no se había llevado a efecto porque no se daban
las circunstancias. Aquel momento de fin de año, con las copas y la fiesta fue
el detonante ¿O no? -dijo la hermana.
—Pienso
que sí, en este caso tienes razón. No es por llevar la contraria a tu hermano,
aunque yo también sea un hombre. No era la primera vez que yo había pensado
meterle mano a esa mujer y es posible que ella también lo hubiese pensado, lo
que pasa es que hay que guardar las formas y a veces nos tomamos las ganas con
el café (como dice la Torroja). Lo cierto es que aquella madrugada me encontré
con el descubrimiento del clímax o como queramos llamarle -dijo el amigo-.
Recordar la imagen de esa criatura a cuatro patas y yo de rodillas, detrás de
ella, dejándome allí hasta la última gota de sudor mientras le sujetaba con mis
manos esas fantásticas nalgas, es que se me pone la carne de gallina.
—Ya veo
por donde van las cosas. Yo os tengo que contar ahora, y espero que todos me
entendáis, cual fue mi momento culminante hasta ahora, porque siempre hay que
mantener la puerta abierta a situaciones mejores, nunca se puede decir que no
hay nada mejor. Se sabe mucho sobre el sexo, se ha estudiado desde tiempos
inmemorables y cada cual se pone los límites que quiere o puede, pero yo nunca
descarto la posibilidad de encontrarme en circunstancias nunca antes vividas. A
lo que iba: hubo un momento en que un grupo de amigos decidimos indagar algo
más sobre las relaciones sexuales y pusimos en práctica una experiencia que
habría de servirnos para nuestro devenir profesional. Jugamos, por así decirlo,
a hacer de putas y putones y tratar de meternos en la piel de quienes se ganan
la vida de aquella forma -dijo la profesional.
—Experiencia
peligrosa -cortó la hermana.
—Bastante
peligrosa, diría yo, pero lo teníamos muy claro, tanto es así que no contentos
con esa primera prueba que practicamos entre nosotros, decidimos infiltrarnos
en el mundo real de la prostitución...
—¡Ge!
-exclamó el amigo.
—Aquello
fue sopesado seriamente, sabiendo cada cual lo que nos iba en el empeño y por
supuesto no existe ninguna grabación ni nada por el estilo que nos pudiese
comprometer. Queríamos vivirlo, aunque fuera dentro de un ámbito de estudio. Si
os lo cuento yo ahora, es porque mi vida la tengo más que resuelta, mis
prejuicios sociales y sexuales más que superados y además los demás están en el
anonimato, y jamás se me ocurriría dar la mínima pista al respecto.
—Lo
entendemos -dijo el hombre.
—Tampoco
es que estuviésemos demasiado tiempo con el experimento, tan sólo el que cada
cual consideró oportuno para no salir dañado ni correr el más mínimo riesgo.
Nos autoevaluábamos para evitar caer en la trampa y pasado ese periodo, todos
salimos y reiniciamos nuestra vida de forma normal. Como es lógico hablo por mí
y os cuento todo esto para que podáis entender el marco y el momento en el cual
yo me encontré más que a gusto. Como veréis no soy una mujer fácil a la hora de
conseguir unas relaciones sexuales adecuadas. Si antes os hablé del morbo de
los cuernos, ahora la historia es mucho más compleja y fijaros que yo no monté
todo aquello para satisfacer mis instintos, se trataba de un experimento
profesional, pero fue ahí, bajo ese prisma como me hallé con lo que nunca
hubiese imaginado: con un polvo que nunca conseguí superar. Tal vez fuese
porque pretendía saber tanto que me volqué; quise ponerme en situaciones de
fría, indiferente, caliente, rompedora, ¡yo que sé! Lo cierto es que un buen
día me llevé la sorpresa de mi vida y apareció por la habitación en la que me
trabajaba el oficio, una persona con la que había estado saliendo y con la que
nunca había conseguido tener un orgasmo. Pero tanto él como yo habíamos
evolucionado tanto que aquello resultó grandioso. Como ya nos conocíamos
quedaba al margen otras connotaciones y nos comportamos como si llevásemos
viéndonos toda la vida. Me llamaron la atención los dos lunares de su pene a
los que nunca había dedicado tanto tiempo y me resultó gracioso el comentario
que hizo nada más comenzar a sobarme bajo la falda: Creo que es la primera
vez que me recibes sin bragas. Sus manos querían abarcarlo todo y el
contacto de sus labios despertó en mí una pasión inusitada. Con que ganas le
mordí la boca y con que ansias recibía las acometidas que me lanzaba; perdí la
noción del tiempo y hasta que no llamaron a la puerta, no regresé se ese
submundo de placer en el que me había sumergido.
—No está
mal -dijo el hombre.
—Está
superior -dijo la hermana.
—Creo que
mejor será que vayamos pensando en otra cosa, porque a mi se me están acabando
las pilas y de un momento a otro puedo empezar a decir tonterías -dijo el
amigo.
—Si,
podemos dar por finalizado este encuentro, esperando que a todos nos haya
servido de algo exprimirnos un poco -contestó la profesional.
Por la
ventana se veían las primeras luces del alba, llovía. Los dos hermanos y la
profesional se despedían del amigo que había tenido la amabilidad de ejercer de
anfitrión. Ahora apretaba con ganas el agua pero ya se encontraban los tres tan
decididos a marcharse que no les importaba llegar empapados a sus casas.
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