Los pájaros habían decidido que lo mejor era esperar al anochecer, cuando
ya todos estuvieran acostados, para sorprenderlos mientras dormían porque, en
conjunto y despiertos, sería difícil llevar adelante el plan.
La señora Abubilla, que de eso entendía bastante, había descubierto que
por la chimenea se podía acceder al interior del cobertizo, ya que ellos
siempre tenían la precaución de no dejar ni gota de brasas, así que no había
peligro. El señor Mirlo no las tenía todas consigo, pero tampoco quería ser el
agorero del grupo. Al fin y al cabo, si todos pensaban como la abubilla...
¡adelante! El plan tenía que salir bien, que para eso lo habían estudiado hasta
el último detalle. Sigilosamente, se fueron deslizando todos los pájaros por el
interior de la chimenea, siguiendo a la intrépida Abubilla: en el comedor no
había nadie, ni se escuchaban ruidos sospechosos que pudieran poner en peligro
la operación anillamiento, como la había bautizado el señor Martín. Solo podían
verse, en lo alto de la mesa, los restos de la cena del día anterior, unas
cuantas latas de cervezas vacías, y otras de refrescos.
Hasta aquí una pequeña muestra de este relato, incluido en Una parada obligatoria, que dedico a la gente de Andalus, por tantos fines de semana de aprendizaje en la Sierra de Aracena y Picos de Aroche.
No me olvido.
ResponderEliminarAnota está.
Y por lo que veo, voy a disfrutar ;)
Abrazos!!!
Espero que si, amiga.- Besos
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