miércoles, 23 de noviembre de 2016

Los que no pasaron el corte (11)


                                                            AUTORRETRATO

Yo nací de la tinta que expelía una estilográfica genérica, que tenía el orgullo de haber sido patrocinada por un tal Plumarol Miglitol, que a mí ni me va ni me viene, ni a ustedes probablemente tampoco, pero que a fuerza de ser sinceros no queda más remedio que constatar, que para eso estamos aquí en este momento. Al principio pensé que el papel que sostenía mi nacimiento era de un blanco virginal, pero conforme fueron desgranándose las líneas y el folio fue llegando a la parte inferior, esa en la que no queda más remedio que darle la vuelta por muy a gusto que se encuentre la mano que sostiene la pluma; cuando el folio se acabó, en definitiva, vino mi primera decepción como ente físico, porque resulta que por detrás de lo que estaba siendo mi expansión como tal, estaba escrito; era un sucio borrador, que en nada tenía correspondencia con lo que en ese preciso momento estaba aconteciendo. Se trataba de un folio que leyéndolo de forma apaisada, se podían encontrar frases tan fuera de lugar como: “material de un solo uso”, “cantidad que recibe”, “cantidad correspondiente”, “bandejas”, “servilletas”, “fecha”, “recibí” y otras lindezas por el estilo, amén de unos números mecanografiados junto a otros escritos en vulgar tinta de bolígrafo. 
Tuve la curiosidad de fijarme que en el ángulo inferior derecho del folio, apareció el número uno rodeado de un círculo y a continuación crecía en extensión, pasé a un segundo folio donde la mencionada mano continuaba escribe que te escribe dándome forma como quien amasa pan o arcilla. ¿Es bonito nacer, verdad? Enseguida me familiaricé con esos dedos de uñas cortas, que siempre sujetaban la pluma de la misma forma; al número uno siguió el dos, a éste el tres y así entre folio y folio fui tomando cuerpo, y porque no me he entretenido en leerme, pero parece ser, según noticias que me han llegado por otros medios, que no estoy mal del todo, que a pesar de la cuna tengo buena presencia y con un poco de entrenamiento y otro poco de cirugía estética podría llegar a ser alguien en el mundo del escaparatismo. Lo que pasa es que me consta la pelea tan grande que existe en esto del papel impreso por llegar a ser alguien. Hay mucho dinero de por medio, a pesar de que dicen que se lee poco, de que la televisión y la Internet están acabando con la lectura en el formato tradicional. Yo tengo mis dudas, por eso estoy contento de haber nacido y  encontrarme en el mundo de los vivos dándome codazos por destacar, por no pasar sin pena ni gloria por esta vida. Pero eso no es fácil como digo y hay que sufrir mucho para salir del anonimato. Cuando todavía no era más que un bebe, como quien dice, tuve que aguantar no se cuantos arañazos por parte de Plumarol, que por lo que se ve no estaba nada contento con lo que escribía, y no hacía más que tachar y emborronar, vamos que cuando uno se iba haciendo a la idea de cómo le iba a quedar el traje de primera puesta, ¡zas!, el zarpazo y a otra cosa; eso para no mencionar los ataques de furia de la mano que sostiene la pluma, que esos si que eran peligrosos: de buenas a primera y en el momento más inesperado ¡raasss!, el folio rasgado por la mitad o troceado en no se cuantos pedacitos que acababan en esa caja tan ridícula de guardar todo lo que no sirve. 
Otras veces el peligro venía en forma de arrugas, y el lánguido e inocente folio acababa convertido en una pelotita, que luego de servir de experimento futbolístico terminaba corriendo la misma suerte que el caso anterior, besándole las paredes a la mencionada caja de cartón con adornos serigrafiados. Uno en su inocencia no acertaba a comprender que estaba pasando, era todo muy difuso y de muy ingrato recuerdo. Supongo que estas serán las cosas que te van marcando, y haciendo que tu vida discurra en uno u otro sentido. Al llegar el punto y final, ese tras el cual aparece la firma del autor y la fecha de nacimiento, vino ese momento crucial de ponerle nombre a la criatura, que por lo que sé, sale del tirón o se lleva un tiempo como en el limbo. Yo tuve suerte y me pusieron nombre de forma rápida, fue nada más concederme la fecha de nacimiento. Otra cosa es ponerse a discutir ahora sobre la conveniencia o no de ese nombre, después de haber desechado tantos otros, pero eso debe ser cosa del destino, al final nos acostumbramos a todo; además siempre me quedará el recurso de cambiarme, va a depender mucho de la popularidad que alcance, pero ahí no hemos llegado todavía. Siguiendo un poco el orden lógico de los acontecimientos de esos folios reutilizados, pasé a incorporarme al disco duro de un ordenador, donde casi me da algo cuando vi la cantidad de gente que allí había. Era como pasar del campo a la ciudad, del mundo silvestre a la civilización, del desierto a la aglomeración ¡que cantidad de criaturas! Allí aprendí el abecedario y algunas reglas gramaticales, y me hice mayor rápidamente, porque tuve que asimilar tantos conceptos en tan poco tiempo, que el que consigue salir vivo de las tripas de ese invento tiene el cielo ganado. La tinta de Plumarol se reconvirtió en otra de diversos colorines, y la mano encontró a su compañera, y ahora eran dos almas gemelas las que porreaban aquel teclado, y yo iba tomando importancia rodeado de pequeñas líneas graduadas en el lateral izquierdo y en la parte superior de una pantalla, y con todo un despliegue de modelos de letras, todas ellas dispuestas a hacerme un traje mucho más acorde con la edad, aunque dicho con la mejor de las intenciones, siento cierta añoranza por aquellos rasgos que se iban abriendo paso en la pradera nívea del folio. 
Ahora también hay que abrirse paso, pero son las mismas palabras —salvo correcciones— y además nada de tachaduras; de repente una palabra, una frase o incluso varias líneas, desaparecen de pronto como si nunca hubiesen existido; se ve que eso de trabajar en pareja da otros frutos distintos. Aquí me siento crecer por minutos, porque es tan amplio el abanico de posibilidades que se me ofrece para hacerme respetar, que casi no me da tiempo a asimilar tanto ingenio. El resultado del paso por el disco duro es la formación de una serie de clones, cada uno de ellos en distintos formatos. Nos vamos a quedar con el formato papel porque ese va a ser el hilo argumental de la historia de mi vida. Ese momento tan interesante en que abandona aquella primera puesta y aparece uno con otro traje, tampoco resultó ser del todo brillante, porque conforme iba siendo parido — en este caso por una Hewlett Packard—, me di cuenta de que volvía a tener el mismo traje dual que ya tuve cuando vi la luz primera. Ahora que ya tenía una forma reglada, cuadrada y repeinada resulta que por el envés, por la parte de atrás, volvían a aparecer frases tan fuera de lugar como “cantidad correspondiente” y “cantidad que recibe”. Algo indigno, así que como yo iba siendo mayor jugué con lo que había aprendido en aquel limbo de técnica y cultura en el que me habían matriculado y sin que las almas gemelas se diesen cuenta, introduje algunos gazapos que ni el minucioso sistema corrector de la computadora pudo detectar. El número de folios se redujo con relación a mi anterior etapa y en un parto dentro de la normalidad, caí en una bandeja para acto seguido sentir un pinchazo en el ángulo superior izquierdo como si me hubiesen puesto una grapa. 
Cual fue mi sorpresa cuando descubrí que de nuevo la mano que sostiene la pluma actuaba en solitario, aunque es esta ocasión sostenía entre sus dedos un lápiz de colores, que de vez en cuando aplicaba sobre mi estructura corrigiendo por aquí y por allá, yo que me las prometía tan felices pensando que el salto a la fama estaba a punto de llegar. ¡Con razón seguía teniendo aquella espalda tan cochambrosa! Los folios tan perfectamente alineados volvieron a ser un galimatías de letras, frases y remiendos que no los conocía ya ni la Packard que los parió. Volví a tomarme la justicia por mi mano e intervine en algunas palabras para que no se reconociese su significado, aprovechándose de la precariedad del traje de segunda puesta: siempre hay algún agujero o alguna descomposición en la tinta para salirme con la mía. En la siguiente ocasión que tuve que vérmelas con mis compañeros de la computadora, la cosa ya había cambiado y se me trataba de otra forma mucho más honrosa para todo escrito que se precie. Era como un acicalamiento premeditado y mirado al detalle: una coma por aquí, un espacio por allí, un gazapo que intenta colarse, un acento que se escapaba. Me dejan en definitiva en perfecto estado de revista, para que otros ojos me miren y otras manos me acaricien. Orgulloso como un pavo en celo paso a formar parte de un listado, en el que se me asigna un número y se me coloca en una especie de lista de espera. En ese momento nacen en mí serias dudas sobre el estado físico en el que me encontraría la próxima vez, que alguien se digne acordarse de mí, ¿para qué tanta guapura? A lo mejor cuando vayan a acordarse de mí, estaré tan pachucho, que casi será necesario rescribirme de nuevo. Pero en fin, dentro de la ignorancia que me invadía no me quedaba otro remedio que tener paciencia, y esperar que de esta columna de folios tan bien ordenados y numerados no pasara a hacerle una visita al contenedor azul, que es donde dicen que acabamos la mayoría de las veces, una vez que el color de la piel se va volviendo amarillenta. La esperanza que me quedaba es que como no dejaba de ser un clon, puede que alguno de mis semejantes alcance la meta para la que fui concebido, porque ¡vamos a hablar claro!, que uno ya va siendo mayorcito: a mí me decían de peque que yo era el producto de un pensamiento, de una idea, y que la mano trazaba el diseño de mi ilustre figura para satisfacer un deseo interior, una forma de comunicación entre semejantes, no importaba cual fuese el destino final de lo que se hubiese parido. ¡Ja! ¡Eso no me lo creo yo ni harto de tinta! Si esos folios no terminan pasando por una imprenta y no ven la luz del día cobijados por dos buenas cubiertas, déjame de satisfacciones, que es lo mismo que si no hubiesen nacido. Esa es la vida, esa es la lucha por sobrevivir y esa es la realidad y lo demás son cuentas que nunca salen. 
Por eso yo tenía y tengo fe en lo de la clonación, sea por acierto, por lo que uno pueda valer, o porque alguna vez tenía que ser, cualquiera de las copias que andan por ahí buscándose la vida, puede dar el golpe de gracia y pasar del anonimato a la fama en un abrir y cerrar de páginas. Nuestra vida puede ser corta, excesivamente corta, pero también puede ser eterna y ahí está la fuerza de la que nos valemos para seguir emborronando folios. En la actualidad yo no soy nadie, no paso de ser un mero espectador del mundo que me rodea, pero viajo, navego por las ondas, y tengo las maletas siempre dispuestas por si algún día llega ese momento que se me grabó en el mismo instante de nacer. A mí me tocó doblarme sobre mi eje y meterme en un sobre tamaño cuartilla con destino a la otra punta de España: todo muy misterioso, eso si, porque salvo el nombre que es lo único que no me han cambiado — pero todo puede suceder—, lo demás es pura fantasía; se oculta mi edad, mi lugar de nacimiento y hasta es una incógnita saber quien fue la criatura que me ayudó en el parto. He viajado junto con un montón de gente, dando saltos de un lado para otro y cambiando de vehículos casi sin parar, algo mareado de tanto dar vueltas, aquí me hallo a la dulce espera de saber mi destino. Llevo impresa en la piel unos cuantos sellos identificativos, y ya he pegado algún que otro tropezón sin consecuencias para mi integridad física. Los nervios me tienen que no vivo, y las noticias que me llegan de unos y otros no pueden ser más negativas: que si el doble espacio, que si no se cuantos caracteres por página, que si el tamaño de la fuente, que si DIN A-4, que si quintuplicado ejemplar, ¿habrá puesto bien el NIF la mano que sostiene la pluma?, ¿estaré perfectamente paginado?, duración de lectura de quince minutos aproximadamente, ¿se declarará desierto el premio?,...las partes se someten a los Juzgados y Tribunales de.... y uno aquí de novato pensando que a lo mejor ni siquiera se digna nadie a escucharte. ¡Con tantas reglas no me extraña! Pero es que no puede ser, ¿qué será más importante una línea más o menos o el contenido del folio? Lo que cuenta es lo que uno piensa, digo yo, no la forma que tenga. De acuerdo que tiene que haber alguna medida, pero que sea más flexible, es que si no te dan ni a oportunidad de expresarte, como va uno a poder demostrar nada. Aquí estoy dándole vueltas a todo este lío, que en la vida me he visto en otra más gorda. Tengo presente lo de los clones, pero en este momento la responsabilidad es mía, y en las próximas horas puede que haya dado un paso de gigante e inmortalizado mi nombre – aunque sea figurado – o pasar a convertirme en unos gramos de ceniza por no pensar en la reencarnación que puede que sea hasta más doloroso. ¡Que nervios! Creo que hay movimiento, tengo que dejar de pensar en transmitir ideas y centrarme en lo que vaya a venir; no importan los acontecimientos, sea para bien o para mal, estoy dispuesto. Si no volvemos a comunicar, ya sabe todo el mundo cual ha sido mi destino, y si volvemos a vernos estaré plenamente agradecido por haber confiado en mis posibilidades. ¡Hasta siempre!.

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